alguien sigue por acá?

que honda alguien todavía sigue por esta cosa con ganas de leer las historias que távamos publicando con el dragon?

100 de suerte- cap´´itulo 95.1

hola lectores lectoras y lo que sean. despues de una eternidad volvemo con esta novela que qued´´o en el olvido
no se si es que el dragon pon´´ia los ataques en español o que, pero yo lo voi a poner tal cual como est´´´´a ensu pag. asique a leer. comenten suscrivite y dale una megusteada
Capítulo 95: El Emperador Dwarf (Parte 1)
[Dos años y tres meses dragón atrás]
[Punto de vista de Seryanna]
No había otros barcos en este puerto excepto el nuestro. Los muelles estaban desbordando con dwarfs curiosos de nosotros, y la Princesa actualmente estaba hablando con uno de los representantes de su raza. Pendientes de la ley mencionada siglos atrás, ninguno de nosotros pisó en la plataforma de madera para no hacerlos enojar.
Mientras que las negociaciones para nuestro permiso de desembarcar eran discutidas, yo esperé en la barandilla y miré las tierras en la lejanía del Continente. La nieve me hacía difícil ver más allá del terreno del muelle, pero lo que podía notar era que el área de las cercanías se trataba de una planicie, más que nada usada para la crianza de animales y probablemente el cultivo de vegetales especiales que pudieran crecer en estas duras condiciones.
La muralla exterior de esta ciudad estaba resguardada por dos torres y una robusta puerta de metal. No había defensas aéreas, la única preocupación que tendríamos nosotros los dragones serían arqueros y magos de rango largo. Así, llegue a la conclusión de que sus defensas eran a lo mucho una forma de retrasar a la fuerza invasora o para protegerse de los monstruos salvajes.
Los dwarfs de esta ciudad, en lugar de mostrar la confianza de mandarnos de vuelta por donde vinimos, se veían inseguros de si podrían detenernos en caso de un desembarque por la fuerza. Sin embargo, sus hijos mostraban una gran cantidad de curiosidad. Sus ojos se engrandecían cuando veían el barco y apuntaban en nuestra dirección preguntándole a sus padres cosas a las que quizás no tendrían respuesta alguna.
Lo que encontré interesante acerca de ellos era lo diferente que hablaban y actuaban si los comparaba con George. Él estaba lleno de energía, era alegre, siempre mostraba una sonrisa y vestía ropas similares a la de los dragones. Estos dwarfs tenían un semblante bastante triste, temerosos de nosotros. Entre ellos, incluso podía ver miradas de odio, de aquellos a los que la Princesa se refería como xenofóbicos.
Mientras yo observaba esta ciudad y a sus habitantes, Kataryna tomaba una siesta cerca del mástil, y mis tres caballeros estaban de pie junto a la Princesa Elleyzabelle, tratando de verse imponentes y poderosos en frente de los propios guardias del dwarf representante. Tanarotte se encontraba amordazada y atada con cadenas dentro del barco. De hecho, olviden eso último, actualmente estaba tratando de escabullirse hasta el mástil para llegar a Kataryna.
Ah… se dio cuenta. Vi como Kataryna le arrojaba una bola de hielo a Tanarotte.
"¡BUGAH!" cayó de cara en la cubierta con ese extraño sonido.
Uno de los marineros que estaba fregando la cubierta la empujó fuera del camino con su escoba.
¿Por qué sigue yendo tras Kataryna de esa forma? Luego de todo este tiempo, todavía no podía entender lo que pasaba en la mente de esa dragonesa cuando hacía maniobras tan predecibles como esa.
Media hora después, vi al representante de los dwarfs inclinándose ante la Princesa y dejando del barco.
Caminé hasta su Alteza y pregunté "¿Cuál fue su impresión sobre nosotros?"
"Al parecer hay muchas cosas que no sabemos del Continente Dwarf, también conocido como Trindania."
"¿Estaban equivocados los registros?"
"No, estaban correctos, solo que no actualizados. Hace dos meses, con ayuda de Héroes Humanos, la rebelión tuvo éxito en derrocar al antiguo Rey, y ahora un nuevo Emperador se encuentra en el trono. Ese dwarf era el antiguo líder de esa Rebelión, Nomv?Azer, ahora llamado Mush?Nomv?Azer."
Entrecerré mis ojos claramente no entendiendo su estilo de nombrar a las personas.
Notando mi confusión, la Princesa dijo "Mush es el nombre de la tribu única concedido a la Familia Real, Nomv es su nombre propio, y Azer el apellido de su familia."
¿Los dwarfs del continente tienen nombres diferentes de los que se encuentran en el exterior?
"No pareces sorprendida de escuchar que hay Héroes Humanos en este continente."
"No hay necesidad, su Alteza. Alkelios me dijo que 10 millones de su especie fueron enviados a este mundo. Eso es más que suficiente para llenar una nación. Tener un puñado esparcidos en el Continente Dwarf se ve como una alta posibilidad tomando en cuenta su parentesco. Encuentro un poco extraño que no hubiera tantos Héroes Humanos en esa parte del Continente Relliar, pero tengo el presentimiento de que simplemente no escuchamos de ninguno todavía."
"Cierto, no todos poseen habilidades poderosas como la de Alkelios. Algunos de ellos podrían incluso estar más inclinados a trabajos simples en lugar de las duras condiciones de una batalla. Además, tu esposo es un poco tramposo si me lo preguntas. Él puede hacer demasiadas cosas."
"¡Excepto resistir mi encanto!" dije orgullosa.
"Cierto." Dijo riendo.
Al siguiente día, fuimos recibidos temprano en la mañana por el representante de los dwarfs en el Puerto Nefer.
"Su Alteza, Princesa Elleyzabelle, ¡he venido con buenas noticias!"
El dwarf, quien se llamaba Kita?Milla?Nei, no tenía un cuerpo rechoncho como se esperaría de alguien con el rango similar a un noble. En realidad, era bastante delgado, pero con un cuerpo en forma, con cayos notorios en sus manos, mostrando que era un dwarf que no temía al trabajo pesado. Tenía un collar con varios colmillos pequeños atados en el, y una capa hecha de pieles de varios monstruos o animales diferentes. Su cabeza estaba cubierta de un gran sombrero de piel, y en sus muñecas portaba varias pulseras de madera y metal. Los guardias que los seguían, por otro lado, vestían armaduras de placa y usaban lanzas como arma.
"¿Se trata de la discusión del otro día?"
"En efecto. Conseguí calmar la incomodidad de los dwarfs que estaban en contra de dejarlos poner un pie en los muelles. Los veían a usted y a sus acompañantes como enemigos que venían a reclamar sus territorios. Simples dwarfs tontos en sus creencias, pero vistos con gran respeto por sus seguidores, especialmente por los no nombrados."
"¿Puedo inferir que tuvo algo que ver las nuevas leyes impuestas por el nuevo Emperador?"
"Buen juicio. A pesar de no ser tanto tiempo desde que su Majestad ocupó el trono, ya ha puesto en marcha los muchos cambios que prometió a sus seguidores dwarfs durante la rebelión. Entre ellas se encontraba la promesa de abrir nuestras fronteras a visitantes curiosos. Pero, como puede suponer, no todos se encontraban tranquilos con estos nuevos cambios. Solo han pasado dos meses, es de esperar que muchos dwarfs se sientan un poco confundidos por todo esto."
"En efecto, esto son buenas noticias. Podemos proceder con pedir una audiencia con su Majestad. ¿Será tan amable de ayudarnos a enviarle la petición?"
"¡Mejor aún su Alteza! ¡Los llevaré ante él o mi nombre no es Kita?Milla?Nei!"
"Eso es bastante inesperado y maravilloso."
"Cuando sea que esté lista, su Alteza, mi carruaje espera. Traje uno para sus sirvientes y otro para cualquier equipaje que pueda poseer."
"Un carruaje para nuestro equipaje será innecesario gracias a nuestros anillos [Bolso]. Mis dos caballeros de confianza viajarán conmigo en el mismo carruaje, y el otro será para mis otros cuatro guardaespaldas."
"¿Anillos [Bolso]? ¡Ah, claro! Entonces iré a decirle al conductor que no necesitaremos su servicio por el momento."
Seguimos a Kita?Milla?Nei al carruaje y abordamos junto a su Majestad. Mientras tanto, el otro carruaje iba a ser utilizado por Tanarotte, Amarondi Shellar, Quran Van y Attrakus. El dwarf estaba bastante sorprendido de que no trajéramos con nosotros a ningún mayordomo o sirvienta, especialmente dada la presencia de alguien con sangre real entre nosotros, pero la Princesa Elleyzabellle solamente dijo que no sentía necesidad por algo así.
Nuestra primera parada desde el Puerto Nefer iba a ser una pequeña villa al oeste, donde solo Vivian dwarfs sin nombre. Entonces, continuaríamos pasando por otras pequeñas villas hasta llegar al Pueblo Osza. Ahí, pasaríamos la noche y nos prepararíamos para viajar a la Ciudad Tesva. De Tesva hasta Exaver, la Ciudad Capital, solo era un viaje de dos días en carruaje.
El clima no estaba realmente de nuestro lado, pero las bestias utilizadas para jalar los carruajes estaban más que acostumbradas. A diferencia de los Khosinni de los dragones o los caballos de los humanos, los dwarfs utilizaban grandes monstruos cabra que llamaban Hanba.
"¡Espero que disfruten de su viaje conmigo! ¡Ohoho!" Kita?Milla?Nei dejó salir una gran carcajada mientras nuestro carruaje pasaba por las puertas del Puerto.
"Igual nosotras." La Princesa respondió con una sonrisa.
La mayor parte del tiempo lo pasábamos en silencio dentro del carruaje, solamente los fuertes vientos golpeando en la ventana se podían escuchar. A pesar de traer ropa no apta para el clima, no sentíamos nada de frío, y teníamos paciencia de sobra siendo miembros de la alta sociedad en Albeyater.
Luego de pasar la primera villa, nos detuvimos para comer algo. La escolta de los dwarfs incluía dos mayordomos y dos sirvientas indistinguibles de los otros guardias. La idea era que un buen sirviente debe ser capaz de hacer más que solo traer té y galletas de la cocina.
Inspirada por esta idea, decidí tener una pequeña sesión de entrenamiento con los Caballeros. Se veían tan felices cuando les conté esto, Amarondi incluso se puso a llorar. Pensando que tal vez querían estirar sus cuerpos un poco más, les ordené correr tras los carruajes en lugar de viajar en el que estaba exclusivamente para ellos. Tanarotte también se unió bajo las órdenes de Kataryna. Se sintió tan bien ver sus rostros alegres cuando propuse este régimen de entrenamiento.
Cuando viajábamos con Kita?Milla?Nei, me di cuenta que él mismo no portaba un anillo [Bolso]. Por curiosidad, le pregunté si les hacía falta encantadores que fueran capaces de fabricarlos.
"No, Madame Seryanna, no es que no tengamos la habilidad, sino que este tipo de encantamientos fue vetado a las masas por el gobernante hace varias generaciones atrás. Tenía el pensamiento de que tal lujo era demasiado para los de sangre común."
"¿Demasiado?"
"Sí. Cuando era joven, mi maestra me enseñó, una desdichada mujer que fue comida por un tiburón al cual le causó indigestión, que aquellos pertenecientes a las Veinticinco Grandes Tribus eran diferentes de aquellos que no tenían un nombre, o como los llamamos, sin nombres, desde la sangre que corre en sus venas hasta los cabellos de sus cabezas."
"Es la misma creencia que los humanos tienen. Creen que los nobles descienden de sangre azul y que los plebeyos tienen polvo corriendo por sus cuerpos." Dijo Kataryna acomodándose en su lugar.
"Una creencia estúpida."
"Estúpida o no, hasta hace dos meses, era la ley bajo la cual todos vivíamos."
"Mencionaste antes a estas Veinticinco Grandes Tribus. ¿Son ellos como los nobles de nuestras tierras?"
"Sí." Asintió.
"Son Umer, Ulma, Nele, Sara, Oher, Uvan, Namk, Shen, Yang, Ying, Musk, Kell, Koll, Besh, Knat, Vazu, Kita, Klen, Mazg, Mang, Nimv, Nime, Naiy, Nagc y Pert. Mientras que Much, Klor, Andu y Ulke son las más grandes e importantes tribus en todo el continente. ¿Estoy en lo correcto?" preguntó la Princesa.
"Sí, en la mayor parte. La tribu Ulma fue exterminada durante la rebelión y reemplazada por la tribu Kart. La tribu Kill exterminó a la tribu Musk, la tribu Karr cazó a cada uno de los miembros de la tribu Besh, quienes eran en su momento los peores dwarfs posibles. La tribu Kess forzó a la tribu Vazu a dejar su posición, y Mazg peleó hasta la muerte siendo los guardaespaldas del anterior gobernante. Su lugar fue tomado por la tribu Mada."

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6. Capítulo 4- Reliquia de los dioses

16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 10:23.2
Corría desesperada por el silencioso bosque. Solo el sonido de sus pasos sobre la nieve, el latir batiente de su corazón y su respiración agitada eran lo único que la acompañaban. Scarlett Müller había escuchado a sus compañeros morir a manos de los Gélidos al entrar en la cueva. Sus gritos, los disparos, el sonido de sus cuerpos al caer sobre el suelo. Ahora, huía sin mirar atrás. En su poder estaban los datos que Stroud le había pasado. No los había visto, pero sabía que eran importantes. Y de ella más valía que llegaran sanos y salvos a manos del coronel Maddox, puesto que de ellos dependía el devenir de la operación Tormenta de Espadas.
Se apoyó tras un árbol. Necesitaba recuperar aire pues estaba muy agitada. No sabía si la estaban siguiendo o no. Asomó su cabeza para mirar. No veía a nadie. Todo estaba tranquilo.
En ese mismo instante, una bola de reluciente plasma azul impactó contra el tronco del árbol. Muller pudo sentir el resplandor incandescente acariciar su rostro como si del aliento del diablo se tratase. El sofocante calor la aturdió un poco y cayó contra la fría nieve, mientras más disparos tenían lugar. El contraste entre el calor y el frío era extraño y perturbador.
 18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4. nombre en clave "Midgard". 13:05.
Los dos oficiales de Vanguardia seguían callados. Maddox jadeaba un poco. Había gritado mucho y casi le faltaba el aire. Nunca se había enfurecido tanto en su vida, ni siquiera cuando en Tenris I, su pelotón de soldados quedó acorralado por dos Centuriones de la Casta Eterna. Él era capitán por aquel entonces y a través de su intercomunicador llamaba a Base desesperado, solicitando una ayuda que jamás llegaría. Sus soldados caían uno detrás de otro ante aquellas bestias cubiertas de una pesada e impenetrable armadura. Creyó aquella vez que nunca jamás volvería a gritar tanto en su vida. Tomó algo de aire y miró fijamente a ambos oficiales. Hayter estaba más calmada que Kyong, quien aún estaba en tensión ante la reacción de Maddox. Por ello, ella fue quien hablo.
 —Así que ese extraño artefacto es el responsable de los intensos picos de energía que habíamos detectado días atrás. —Aquello sonó más como una afirmación que como una pregunta.
—Explíquese —le exigió Maddox.
La chica de pelo corto rubio sacó un disco con una abertura en el centro. Lo dejó en el suelo y en de este, se proyectó una imagen holográfica de color verde intenso. Era una tabla estadística en la que se veían dos escalas. La vertical indicaba unidades de rads por segundo y la horizontal era de tiempo. A partir de ahí, se podía ver una línea que iba subiendo y bajando, conformando picos, unos muy altos y otros más pequeños.
—Verá, hace unas semanas, la fragata Verhoeven detectó una señal procedente de Midgard. Esta provenía de la zona norte del primer continente, situada en el Este, a unos 20 grados de latitud. —La tabla estadística dejó paso a una esfera en la que se veía Midgard, con un punto señalando el lugar de procedencia—. Verhoeven se situó en órbita alrededor del planeta, y por medio de detectores de radiación, paso varios días midiendo esas fluctuaciones de energía, y detecto que a determinadas horas, estas sufrían un súbito aumento.—La tabla estadística volvió de nuevo y se señalaron los picos de mayor altura—. Se vio que 2 veces al día se producían esos repuntes. Uno al mediodía y otro a medianoche.
Maddox quedó impresionado con lo que la Vanguardia parecía conocer. Pero ellos fueron los que sacaron a la luz el misterioso artefacto, así que ese era un punto que se podía sumar la Infantería Básica. A pesar de ello, no sabía cómo tendría que lidiar con la Vanguardia, ahora que esto había salido a la luz.

—¿Qué creen que es? —preguntó Maddox, tratando de desviar el tema hacia el extraño objeto.
—¿Y usted? ¿Qué es lo que opina, coronel? —El tono de Kyong sonaba insidioso. Se notaba que quería incordiarle.
—No sé. —Maddox fijó su vista en el objeto negro. Parecía un sarcófago, pero con una extraña pirámide encima y unos misteriosos arcos sobre ella. Realmente estaba intrigado—. Quizás sea un arma. O una fuente de producción energética. Tal vez esas emanaciones de energía que han detectado sean producto de esta.
—O puede que no sea ninguna de las dos cosas —puntualizó Hayter.
El coronel asintió levemente. Lo cierto, es que no tenían ni idea de qué demonios era eso. No parecía producto de los Gélidos, eso estaba claro. Tal vez fuese cosa de la Estirpe Cambiante, aunque carecían de datos sobre esta especie. Aunque para Maddox había una tercera opción. Una, que prefería no pensar, pero que estaba, esperando, con voz sibilante, susurrándole ideas oscuras y ominosas. Había oído hablar de los hallazgos, pero eran rumores desperdigados y casi todo, se perdió en el Conflicto Colonial. Pero prefirió no pensarlo. La Primera Raza….
—Entonces, ¿qué informe le llevo al general Coriolis? —preguntó impaciente Hayter.
El coronel Thomas Maddox lanzó una evidente mirada de burla hacia los dos oficiales. Kyong enseguida se percató de que aquel tipo les tenía bien cogidos y que hicieran lo que hiciesen, se saldrían con la suya.
—Escribidle lo que os de la real gana. Coriolis fue quien nos dio autorización para llevar a cabo la exploración. —Una grata sonrisa de satisfacción se formó en su rostro— Él ya sabía de la existencia de ese artefacto desde hace tiempo. Nosotros solo fuimos para confirmarlo.
Ambos oficiales de Vanguardia se miraron incrédulos mientras que Maddox reía para sus adentros. Por una vez, se había adelantado a la Vanguardia.
 16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 10:30.
Los Alfar eran la infantería básica de los Gélidos. Ataviados con trajes de color entre morado y negro, estos estaban hechos más para protegerlos de las inclemencias climáticas a las que no estaban adaptados y a los gases nocivos de la atmósfera que no podían respirar, que para protegerles de posibles lesiones o heridas que el enemigo pudiera infringirles. Y ahora, tres de esos Alfar, armados con lanzas fotovoltaicas que disparaban calientes bolas de plasma, estaban acribillando a Scarlett.
La francotiradora había conseguido ponerse en pie, manteniéndose a cubierto tras el árbol que a ese paso, iba a ser reducido a cenizas. Miraba desesperada a un lado y a otro en busca de una buena cobertura. Podía huir, pero esos seres no dejarían de perseguirla. Debía acabar con ellos.
Con rapidez, se movió hasta otro árbol, colocándose de espaldas y apoyando el rifle contra el pecho, apretándolo lo máximo que podía, como si quisiera sentir que aún lo llevaba encima. En apenas unos segundos, Scarlet dio un rápido giro y mientras corría hacia otro árbol apunto. A través de la mira de su arma, pudo ver a los tres Alfar, disparando sus armas contra ella. Las bolas azuladas de plasma le rozaban levemente mientras iba hacia la otra cobertura. Todo fue muy rápido, pero ahora sabia donde se encontraban sus atacantes. Ahora, tenía que confiar en su pericia como francotiradora para salir de allí. Esperó a que los disparos cesasen, y justo después de esto, salió de su cobertura y apuntó de nuevo. La mira del arma se posó en la cabeza de uno de ellos. Los nervios se atenazaban fuertemente en Scarlett, sus músculos se endurecieron y un estallido de adrenalina recorrió su cuerpo de arriba abajo cuando apretó el gatillo y vio como la cabeza del Gélido se abría dejando salir sangre color purpura.

Su pelo largo y rojizo caía por ambos hombros. Parecían lava anaranjada y caliente emanando del interior de un volcán en erupción. Al moverse, la melena se balanceaba en el aire, ondulante, de un lado para otro, en un hipnótico baile que encandilaría a cualquiera. Excepto a los Gélidos, que solo tenían ojos para matarla.
Scarlett Müller se había quitado su casco hacía rato. Le estorbaba para apuntar bien y el peso adicional la hacía más lenta. Ahora corría lo más rápido que podía. Sus piernas daban grandes zancadas sobre la nieve. Parecía una gacela en plena huida de los leones que la persiguieran. Detrás de ella, más Gélidos de clase Alfar le disparaban. Las bolas de plasma impactaban sobre la nieve, derritiéndola. No eran pocas las que rozaban a Scarlett, que podía sentir el calor que emanaba de estas. Eran una clara señal de lo cerca que se encontraban. Tenía que seguir avanzando, pero cada vez estaba más fatigada. Su cuerpo mostraba claras señales de agotamiento y había desfallecido un par de veces. Siguió corriendo, tratando de eludir a sus perseguidores. Poco a poco, el bosque se iba abriendo. Muy pronto, llegó a campo abierto y vio que no estaba muy lejos del punto de evacuación. Pero nada la tenía preparada para lo inesperado.
De repente, de su lado derecho, vio venir una criatura que no había visto nunca. Estaba recubierta con un traje color blanco con franjas doradas recorriendo sus brazos y piernas. La criatura se movía muy rápido pero no corría, sino que volaba. Justo al pasar delante de ella mientras corría tratando de ponerse a salvo, recibió un fuerte golpe en la pierna. Cayó de espaldas, mientras sentía un fuerte dolor en su pierna. Pensaba que se la había fracturado. Desorientada, se puso bocabajo y miró a su atacante, colocado justo delante de ella.
Era una Valquiria, la fuerza de mayor rango de los Gélidos. Hembras de la especie, especialmente entrenadas para realizar misiones rápidas y directas, como asesinatos o protección de lugares de vital importancia. Esta, tenía sus alas doradas totalmente desplegadas, las cuales sostenían una lámina del mismo color, con las cuales podía dirigir la dirección y movimientos del vuelo. Debajo de estas, un propulsor que expulsaba energía plasmática, permitía a la Valquiria impulsarse a gran velocidad o elevarse en el aire. La Valquiria blandía con diestra maestría una lanza fotovoltaica con la cual había derribado a Scarlett e iba a por ella. La francotiradora desesperada, busco su rifle y lo vio a varios metros de distancia, demasiado lejos para recuperarlo. Sacó su pistola y apuntó a la Valquiria. Esta emprendió el vuelo nada más ver el arma y a Scarlett le dio tiempo para incorporarse y recuperar su rifle. Lo tenía en sus manos, cuando en ese mismo instante, dos Alfar que acompañaban a la Valquiria le dispararon.
Scarlett logró esquivar el primer disparo, pero no el segundo. Este impactó en su hombro izquierdo y la francotiradora pudo sentir el calor emanando de su ropa al arder y penetrando su carne. Sentía el intenso escozor devorando su piel, calcinando su carne y llegando al suelo. Cayó de nuevo al suelo y uno de los Alfar se le fue acercando. Su corazón latía muy deprisa y abría su boca tratando de aspirar bocanadas de aire que parecían escapársele. Empuñando la pistola en su mano derecha, disparó contra el Gélido que se le acercaba. Fueron cuatro disparos los que salieron del arma. Dos impactaron en el pecho, una en el cuello y otro en la cadera. El Alfar precipitó contra el suelo, inundando de color purpura el pálido suelo. Logró rodar una vez más, por el suelo, esquivando otra caliente bola de plasma, y con su brazo izquierdo dolorido, apoyó el rifle. Apuntó al segundo Alfar, y con la mano derecha, apretó el gatillo. Un sordo disparo recorrió el lugar de una punta a la otra. La bala impactó en el estómago del Gélido, que llevó sus manos a su herida, no sin antes mirar a Scarlett. Ella solo vio un rostro cubierto con un casco, con dos lentes de cristal por los cuales vería el Gélido, pero que no le transmitían nada. Hecho un ovillo, el Alfar se acurrucó esperando la muerte.
Aliviada, Scarlett parecía estar más cerca de vivir. Pero no por mucho. Los otros Alfar ya estaban cerca y de hecho, sus certeros disparos, estaban por darle. Ya iba a echar a correr cuando repentinamente, la Valquiria reapareció justo delante de ella. Sin dudarlo, Scarlett le propinó una fuerte patada con su bota y golpeó la cabeza de esta con el rifle. Aunque aturdida, la Valquiria seguía consciente y disparó a la francotiradora en su pierna que antes le había golpeado. Ella emitió un fuerte grito, y quedó bocarriba. La Valquiria fue directa a por ella, pero Scarlett le disparó con la pistola. Esquivó sus ataques y golpeó de nuevo a Müller, justo tras lo cual, clavó la lanza en su vientre. La francotiradora miró fijamente a su atacante, que no pareció transmitirle ningún sentimiento a través de su inexpresivo rostro. Sabía que iba a morir, no le cabía ninguna duda, y mientras sentía la lanza penetrando, pensó que al final, había fracasado y su muerte seria en vano. Como muchos otros soldados, se convertiría en un leve recuerdo de aquella horrible guerra.

 18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 13:07.7
Su vista no se apartaba de él. Maddox ni siquiera pestañeaba. Toda su atención estaba centrada en la visión de aquel extraño artefacto. Aquella urna de color negro azabache, coronada por una extraña pirámide del mismo color y con unos arcos bordeando la parte superior siempre cambiando de colores entre azul y naranja. ¿Qué era? ¿Un ordenador, un alimentador de combustible, un simple elemento decorativo? ¿Un arma? Eran tantas las teorías que se barajaban para tan extraño y atrayente objeto. Y eso, lejos de fascinar al coronel, le inquietaba aún más. Y no quería ni pensar en que ahora, estaba en manos del enemigo.
—Coronel Maddox —interrumpió de forma repentina un hombre que entraba en su despacho.
Aquel tipo era Eric Kessler, teniente de Infantería Básica y su mano derecha. Tenía treinta y ocho años aunque su piel pálida y su rostro juvenil, parecían hacerle aparentar menos. Fue hacia el coronel, que se lo quedó mirando algo apesadumbrado.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el teniente con preocupación.
—Tranquilo, todo está bien —dijo el coronel tranquilo.
En ese mismo instante, Kessler se acercó al coronel y le besó. Al principio, el coronel parecía mostrarse tenso, reacio a aceptar aquella muestra de cariño, pero enseguida le correspondió, atrayéndolo de la espalda. Tras finalizar el beso, ambos se quedaron mirando por un leve instante.
—¿Seguro? —preguntó Kessler, algo preocupado aun—. Escuché tu discusión con los oficiales de Vanguardia desde la otra habitación. Gritaste mucho.
—Sí, pero solo para cagarles de miedo —dijo en tono burlón Maddox—. Ahora habrán vuelto a su base con el rabo entre las piernas.
Ambos sonrieron. Pero Kessler enseguida cambió su semblante a uno más serio.
—¿Crees que harán algo? —preguntó de nuevo.
—¡Estás muy preguntón tu hoy! —dijo alegre y más sereno Maddox. Se separó de Kessler para volver a mirar la pantalla—. No, no creo que hagan nada. Y si lo hacen, Hank les bloqueara cualquier intromisión.
—¿El general Coriolis?
Maddox asintió. Él sirvió a las órdenes del ilustre general Hank Coriolis hace muchos años, cuando él era coronel, y Maddox no más que un simple sargento. Y ahora, ambos estaban metidos en un asunto muy importante. La Xeno- Alianza parecía muy interesada en los restos de tecnología dejadas por la Primera Raza, una milenaria civilización extraterrestre de la que apenas se tenían datos. Lo poco recopilado, se perdió durante el Conflicto Colonial pero ahora la Xeno- Alianza buscaba con recelo, mucho de su tecnología. Por motivos, que de momento, desconocían. Ante esa situación, un reducido grupo de altos cargos del gobierno y del ejército de la Confederación habían iniciado una exhaustiva operación de recuperación e investigación de artefactos y objetos de la Primera Raza. Todo, para averiguar qué era lo que interesaba a aquellos extraterrestres y descubrirlo a tiempo para que no cayeran en sus manos y así, usarlo en su contra. Evidentemente no estaban ellos tan solo involucrados en esto. También personal de la Vanguardia estaba con ellos pero un grupo escaso, que ni siquiera informaba a sus líderes de ello. De momento era mejor que guardasen secreto. Pero, ¿Por cuánto?
—¿Saco la botella de vino y bebemos unas copas para relajarnos? —preguntó Eric Kessler, mientras la extraía de una caja.
Su mirada seguía sin apartarse del artefacto. Tan misterioso a la vez que abominable.
—No —dijo el coronel con voz seca.
Kessler se quedó parado ante esa afirmación. No sabía que decir.
—¿Qué quiere entonces? —preguntó dudoso el teniente.
—Quiero que avises a todos los capitanes de cada compañía. —Su tono sonaba autoritario, el que pondría un líder— Diles que preparen a las tropas. El ataque va a comenzar.
El teniente dejó la botella en la caja. Fue directo a la puerta y justo antes de salir, se volvió hacia el coronel.
—¿Quiere que avise a Strickland y Carville?
—No —contestó de inmediato Maddox—. Ellos ya tienen mucho trabajo supervisando la expedición a Karnak. Limítate a informarles, pero ya está. — Guardó silencio un mero instante y volvió a hablarle—. Mejor, no les informes. Cuanto menos sepan de este asunto, mejor.
Kessler salió, y Maddox volvió su vista de nuevo a aquella extraña reliquia. Un regalo o una maldición de los Dioses, pensaba Maddox. Solo tendrían un modo de averiguarlo. Y esa era la razón de aquella operación.
 16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 10:42.
Seguía mirando con desdicha a la Valquiria. Todo ello, mientras notaba su cuerpo enfriarse, quizás uniéndose al suelo sobre el que se encontraba. Pensaba que ese era un modo casi poético de morir. Uniéndose de nuevo con el mundo, con la madre naturaleza. Volver a ser de nuevo parte de ella. Siempre fue así de espiritual. Muller giró su cabeza hacia un lado y al hacerlo, notó que un fino hilillo de sangre chorreaba de su labio. Ya estaba todo hecho pensaba. No lo había conseguido. La operación Tormenta de Espadas sería un rotundo fracaso y lo que encontraron en la cueva, seguiría siendo un misterio. Miró al grupo de cuatro Gélidos, acercándose. Cuatro Alfar que se ensañarían con ella de forma cruel y despiadada. Serían criaturas inteligentes, pero al igual que los humanos, también eran crueles. Ya su cabeza empezaba a adormecerse, a dejarse llevar a las oscuras tinieblas, cuando atisbó algo extraño. Un leve chispazo que hizo recuperar a la francotiradora su consciencia por un instante.
Los Alfar alzaron la vista al cielo. Comenzaron a alborotarse, a alzar sus armas al cielo, como si algo horrible se acercarse desde el aire. Scarlett se extrañó por lo que pasaba. Y entonces, lo escuchó. Un leve rubor que acompañaba al incipiente viento que se estaba levantando. Un sonido de motor, de propulsores que sonaban intensos y fuertes. En ese mismo instante, los cuatro Alfar fueron acribillados a tiros. Escuchó el sonido emitido por los cañones de unas ametralladoras rotatorias. Vio como los Gélidos se llenaban de agujeros por todo su cuerpo, de los cuales supuraba sangre purpura. Cayeron al suelo, inertes y muertos.
Una gran sombra se alzó sobre Muller. La francotiradora giró de nuevo su cabeza, y vio una inmensa mole, una descomunal bestia de metal voladora sobre ella. La Valquiria entró en pánico y extendió sus alas, dispuesta a alzar el vuelo. No lo iba a permitir. Con gran esfuerzo, sintiendo la lanza clavada en su estómago retorciéndose y haciéndole más daño, Müller logró alcanzar el rifle. Todo ocurrió en un instante. Agarró el fusil con la mano derecha. Con su cuerpo henchido por el calor y la excitación, Müller apuntó directo a la cabeza de la Valquiria. Justo antes de que la viera, apretó el gatillo, y la cabeza de la Gélido estalló, expulsando sangre purpura y lo que parecía ser restos de su cerebro. Satisfecha mientras el cadáver caía hacia atrás, Müller se recostó y entornó los ojos. Oyó unas compuertas abriéndose, gente gritando. Sus ojos se fueron cerrando, mientras poco a poco, una leve sensación de paz le invadía. Ya no había porque luchar, solo quería morir.
17 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 12:07.
Evelyn Müller se abría a golpes por la Base Punto Alfa. Que su hermana estaba grave en la enfermería de la base, la había vuelto loca. Así que nada más llegar, se dirigió sin miramientos. Estaba muy asustada. Nunca quiso que Scarlett se alistase. Y cuando entró en combate, hizo todo lo posible para protegerla. Incluso se opuso a ir en aquella fuerza expedicionaria con el sargento Sheen. Le dijo que tendría cuidado, que sabía a lo que se enfrentaba, y aunque confiaba en su palabra, sabía que no era suficiente. Su hermana sería todo lo fuerte y aguerrida que quisiera, pero también era confiada e inocente y no tenía ni idea de donde se metía. Y eso, podría haberle costado la vida. Con una gran desazón en su corazón, entró en la enfermería. Allí, una joven chica vestida con un traje de color azul claro con mangas de color azul oscuro se sobresaltó al verla. Era una enfermera.
—¿Qué desea? —preguntó abrumada.
—Vengo a ver a mi hermana. —El rostro de Evelyn se notaba serio y apenado— Es la francotiradora Scarlett Müller. Servía con el sargento Robert Sheen.
—Por aquí —dijo la enfermera mientras abría la puerta automática.
Ambas entraron a una amplia sala, donde había desplegadas varias hileras de camillas. Una hilera pegada a una pared, luego dos justo en el centro, pegadas una contra otra, y la última, en la pared contigua. Se abrieron paso, y mientras avanzaban, Evelyn las miró. Vacías ahora, pero tenía la extraña sensación, que muy pronto muchas estarían llenas. Siguieron adelante, y entones, la pudo ver.
Sobre la cama estaba su hermana. Tapada hasta la cintura con una manta color verde, su cabello rojizo estaba extendido, tapando sus hombros. Los ojos los tenía cerrados y una máscara transparente estaba pegada a su boca y conectada a un tubo que llevaba al respirador artificial que tenía a su lado. Varios parches estaban adheridod sobre su cabeza y brazos, conectados al ordenador que monitorizaba sus constantes vitales. Se acercó a ella y cogió con su mano uno de los brazos. Sentía el calor emanando de su cuerpo, lo cual indicaba que seguía viva, pero estaba inerte, no notaba ninguna sensación de vida en ella. Rompió a llorar.
—¡Scarlett, no! —gimió Evelyn con impotencia.
Sus lágrimas recorrían su rostro, mientras esperaba que su hermana despertase para decirle que todo estaba bien, pero nada de eso ocurría.
—Sufrió una fractura en la columna vertebral como parte de una herida realizada con un arma punzante —dijo la enfermera, aunque dudosa de que fuese correcto.- El arma no seccionó la columna, pero rompió varias vertebras y dañó la médula espinal.
—¿Se recuperará? —preguntó impaciente Müller.
La enfermera la miró cohibida. Notó en sus ojos la desesperación del que no sabe qué hacer.
—Está fuera de peligro. Sus constantes vitales son correctas, pero no reacciona. No saben si saldrá del coma —vio como Müller se volvía más y más seria—.   Lo siento.
Después, la enfermera se marchó y dejó a Evelyn Müller con su maltrecha hermana, preguntándose porque aquella maldita guerra seguía llevándose tantas vidas.

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5. Capitulo 3- Compañía Lobo

3 de Febrero de 2663. Sistema Solar. Planeta Tierra. 11:30 (hora terrestre).
—  Y tú, ¿Por qué quieres alistarte en las Fuerzas Armadas de la Confederación? —fue la pregunta que el reclutador militar hizo a Ezekiel Ralston.
El muchacho de dieciocho años recién cumplidos se encogió de hombros. Lo cierto, es que no tenía ni idea. ¿Por defender la Tierra, la Confederación y a su familia?, ¿Por buscar aventuras y riesgos excitantes? ¿Viajar y descubrir nuevos e increíbles mundos? No era la verdad. Ninguna de esas eran las razones por las que quería alistarse. Él lo hacía para ayudar a su familia. Sabía lo que pagaban a las familias de los jóvenes que se alistaban en el ejército. Una buena suma por permitir que sus vástagos fueran a la guerra. Era de consciente de que su padre no estaba de acuerdo con esta decisión. Que se enfurecería si se enteraba de lo que había hecho. Pero no tenía más remedio. Era su decisión y la iba a tomar.
Miró fijamente a aquel hombre sentado delante que le doblaba la edad. Su rostro mostraba la veteranía del que lleva luchando desde hace muchos años. Era de complexión fuerte, de brazos recios, tronco ancho y piernas musculosas. Tenía toda la pinta de haber matado a un buen número de enemigos. Y seguramente se enorgullecería de ello. Lo miraba fijamente con ojos expectantes, esperando que dijese sus motivos. Y Ezekiel se percató de que sus motivos para alistarse apenas tendrían relevancia para el reclutador. Las razones poco importaban. Aquel tipo había vivido mucho tiempo en la guerra y sabia la clase de mierda en la que se metían. Que podrían morir. Así que saber que motivaba a un joven muchacho a meterse en aquel profundo pozo era nimio. Fue algo de lo que se percató sin más, y eso, le produjo malestar. Por ello, decidió ser franco.
— Quiero ayudar a mi familia —dijo con decisión. La expresión en el rostro del hombre cambió—. Somos pobres. Necesitamos dinero y creo que esa paga que dan por reclutarse no vendría mal.
El tipo le sonrió. Notó cierta cercanía entre ambos al verlo reaccionar de ese modo.

— Por fin alguien franco —comentó mientras tecleaba en el ordenador—. Pensaba que solo serías como el resto de capullos, que solo quieren masacrar aliens. Ya era hora de que viese a alguno sincero.
Tras finalizar, el tipo, un oficial militar llamado Adam Skinner, le dio la bienvenida a las Fuerzas Armadas de la Confederación y le preguntó en qué división deseaba servir. No le hizo falta demasiado tiempo para dar una respuesta.
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 13:04 (hora terrestre).  
Ezekiel Ralston nació en la Tierra. En aquel entonces, el planeta de origen de la raza humana no se encontraba tan superpoblado como en siglos anteriores, ya que eran muchos los que dejaban su mundo de origen para viajar a otros planetas en busca de prosperidad. El nació, no obstante, en una de las ciudades más superpobladas.
Con más de 4'5 millones de habitantes, Zanzíbar, es la cuarta ciudad más poblada de La Liga de Republicas Federales de África. Establecida en Tanzania, este lugar se masificó cuando en el año 2456 la compañía Industrias Geo-Tech estableció las fábricas encargadas de construir los chasis de las naves. Su familia era de clase media baja. El padre era un ingeniero que supervisaba la construcción de robots exploradores en una fábrica, aunque no los construía, solo se encargaba del mantenimiento de los brazos mecánicos que ensamblaban cada pieza del robot. La madre trabajaba en un supermercado perteneciente a una importante cadena. De niño, Zeke, como le solían llamar, correteaba por las calles con su amigo Kyle Sandler y otros muchachos, para ir a jugar a los callejones y descampados. La ciudad era muy grande y ellos se encontraban en un vecindario de la periferia, lo cual les obligaba a andar con cuidado con la delincuencia que allí había.
A pesar de todo, la infancia y adolescencia para Ezekiel fue buena. No vivían de lujo pero tenían un techo bajo el que dormir, ropa buena y comida caliente. Pero el chico quería salir de la Tierra. Su mayor deseo era viajar a las estrellas, conocer mundos extraños y sorprendentes y encontrarse con seres alienígenas. Conocía cada detalle de la Guerra Interestelar y lo cierto es que no deseaba para nada servir en el ejército, sino que quería estudiar algo relacionado con astronomía o biología o cualquier carrera que le permitiera trabajar fuera. Pero las circunstancias cambiaron.

Su madre fue despedida del trabajo, su padre vio como cerraba la fábrica en donde siempre trabajó. Ezekiel solo tenía una hermana que estaba estudiando en el instituto, demasiado joven para trabajar. Él buscó trabajo en diferentes sitios, al igual que sus padres pero no hallaron nada. Sobrevivían con una pequeña paga que les entregaba el gobierno pero solo para unos meses. Su situación era desesperada. Su padre quería irse de allí, viajar a alguna colonia fuera del Sistema Solar, pero no tenían suficiente dinero para pagar un viaje interestelar y menos, para pagar una vivienda en otro planeta. Estaban desesperados, y fue esa situación lo que llevó a Ezekiel a tomar la decisión de alistarse en la Infantería Básica. La reacción desencadenada en su padre al contarles durante la cena lo que había hecho no le sorprendió lo más mínimo. Culpó a los videojuegos, los grupos de rock, las películas de acción. Busco toda clase de cabezas de turco para increpar la actuación de su hijo. Pero él tenía bien claro cuál era la razón. Ayudarles. Sabía de la pensión, y de lo beneficiosa que podía llegar a ser para ellos, así que no lo dudó. A pesar de ello, su familia no quedó muy contenta con la decisión.
Pensaba en esas cosas mientras avanzaba por el bosque helado de Midgard. Los árboles se erigían todopoderosos, empequeñeciendo a cualquiera que hubiese a su lado. Copos de nieve caían alrededor, de forma elegante y placida, depositándose en el blanco suelo. Todo tenía una imagen etérea y tranquila, pero solo era un espejismo. Ezekiel sabía que aquel lugar muy pronto se convertiría en un infierno de explosiones, disparos y muerte. La batalla estaba a punto de comenzar y eso, le atemorizaba.
Miró a su alrededor y vio al resto de sus compañeros. Kyle Sandler andaba a grandes zancadas para sortear mejor la profunda nieve sobre la que avanzaba. A diferencia de él, Kyle se había alistado en la Infantería Básica por simple promesa de acción y aventuras. Esa idea le venía seduciendo desde que era un niño. Desde que su hermano mayor, Aaron, se alistó para combatir. Ahora era sargento mayor. El padre de Kyle también sirvió, pero resultó gravemente herido, perdiendo una pierna y teniendo que retirarse del servicio activo. De algún modo, la carrera militar ya venía de familia. Y otra cosa que eran propia de los Sandler, ser mujeriegos empedernidos.
 —¡Nena, con este frio tu y yo podríamos dormir juntitos! —dijo indiscreto como siempre a una soldado que iba por delante—. ¡Así nos daríamos calorcito!

Evidentemente, la joven recluta no se tomó aquello muy bien y con su tercer dedo (comúnmente llamado "cordial") bien estirado, le dejó bien claro a Sandler su opinión.4
— ¡Joder! ¿es que en este planetoide todas las tías son unas estrechas? —Se quedó mirando desconcertado a Ezekiel.
—Si fueses un caballero y no te comportaras como un pervertido, a lo mejor, te trataban de forma más cordial —contestó Ezekiel intentando reprimir una carcajada.
—Vaya, y lo dice el perfecto Don Juan —profirió Sandler con tono irónico.
Los dos amigos se echaron a reír. Aun así, se sentía algo mal. El tiempo aquí era terrible. A pesar del traje de fibra aislante, el recio abrigo de lino sintético y los pantalones del mismo material, junto con la cobertura protectora que cubría pecho y piernas, y que servía para protegerlo de quemaduras o laceraciones, Ezekiel notaba como el frío le calaba los huesos. Eso, unido a la pesadez de todo el equipamiento que llevaba encima, junto con el abrupto terreno, convertía aquel paseo en un auténtico martirio. Para su sorpresa, Cruz avanzaba firme y sin pausa, como si aquello no fuera más que una usual caminata que uno diese un tranquilo domingo por la tarde. En verdad, aquella chica a la que había conocido en el periodo de instrucción tenía tablas para ser una soldado ejemplar. Su determinación y valor le conferían una mayor fortaleza para poder ascender en la cadena de mando y escalar posiciones. Aunque nunca lo manifestaba, Ezekiel notaba esa decisión en sus ojos. Luchar para llegar lo más lejos que pudiese. Ese no era su sueño, pero aun así, respetaba a Cruz por ello. Incluso la admiraba.
Punto Omega era la segunda de las tres bases establecidas por la Infantería Básica. Las otras, eran Punto Alfa y Punto Beta. Punto Beta se hallaba en el Este, cerca del a costa y Punto Omega se adentraba en los bosques septentrionales. Punto Omega estaba justo en el centro, entre ambas. La Compañía Lobo no tardó en llegar a la base. Ante los ojos de Ezekiel y el resto de los soldados, se erigía una gran base, rodeada de una muralla de láminas de acero de color gris claro impenetrables.

— ¡Compañía Lobo, ya hemos llegado! —dijo con voz grave el capitán Abdul Oliveira.
Los soldados se fueron colocando en dos ordenadas filas para poder entrar. Ezekiel se puso detrás de Kyle. Las puertas de metal, dos grandes hojas de color gris oscuro pegadas herméticamente, se abrieron con un sonido sordo como de presión. Todos ellos comenzaron a entrar sin prisas, aunque los gritos motivadores del capitán Oliveira les obligaban a entrar rápido para no enfurecerlo. Una vez dentro, quedaron impresionados con lo que vieron.
La base se componía por una serie de edificios colocados de modo que conformaban calles entre ellas. En el centro justo, estaba el puesto de operaciones, un edificio rectangular donde el líder de la Compañía Lobo, junto con los oficiales, recibían las órdenes. Al lado, se encontraba un edificio bajo, pero largo, la armería, donde almacenaban todas las armas, munición, explosivos, etc. Detrás del puesto de operaciones, se encontraba el hangar, un edificio, compuesto simplemente de una alambrada cubierta por chapa metálica, donde se almacenaban los vehículos. Varias explanadas en la zona este servían de pista de aterrizaje para las naves de descenso vertical. En cada costado y pegados a las murallas, estaban los barracones, edificios que servían de lugar para el descanso de los soldados. También había un comedor, zona de duchas, una enfermería y varias torres de vigilancia, colocadas al lado de la muralla. Todo aquello se había erigido en un día, aunque gracias a que la mayor parte de los edificios eran prefabricados y de fácil transporte para las naves Cóndor. Tan solo la muralla y el hangar habían requerido de construcción previa, pero aun así, gracias a los robots constructores y a las naves Buitre que transportaban cada pieza, fue fácil.
Ezekiel quedó maravillado ante semejante visión. No fue la primera base militar que visitaba. En su instrucción, viajo a Marte y se entrenó en el Fuerte Bravo, pero aquella tenía un aspecto anquilosado y primitivo. Punta Omega, en cambio, era más moderna y completa, perfectamente equipada para albergar a un buen número de soldados. El capitán Oliveira comenzó a llamar a los soldados de la Compañía Lobo.
—¡Soldados, en formación! —gritó con fuerza.

Todos ellos se colocaron delante del capitán, quien con sus ojos marrones comenzó un escrutinio a la formación para ver si todos los soldados estaban en su lugar y no haciendo otra cosa. Tras revisar la formación, comenzó a hablar.
— Bienvenidos a Punto Omega. Esta será nuestro hogar durante la operación Tormenta de Espadas. Este lugar cuenta con todas las prestaciones necesarias para nuestro sustento. No esperéis encontraros en el hotel Babilonia de Epsilon-IV, pero al menos tenéis una cama donde dormir, un plato de comida caliente y un váter para cagar. —Tomó algo de aire— Ahora, escuchadme atentamente. Cada pelotón de soldados, va a ser llamado por su sargento mayor, por sus nombres y apellidos e ira con él. ¿Entendido?

Todos parecían conformes aunque más les valía estarlo frente a alguien de autoridad como el capitán Oliveira. Tras decir esto, el hombre se apartó y dejo pasar a un grupo de hombres y mujeres, los sargentos de cada pelotón, que empezaron a llamar a los soldados que estaban a su mando. Ezekiel estaba algo nervioso. No dejó de mirar a Kyle, que estaba a su lado. Él había sido su amigo toda su vida y verse separado de él no es que fuese algo malo, pero se sentía algo intimidado si aquél dicharachero no estaba con él. De algún modo, Sandler era su guía particular en aquel mundo.
—Soldado Ralston, Ezekiel —dijo una voz que parecía distante.
Ezekiel no tardó en unirse al grupo de soldados que había allí reunidos. Ese era el pelotón al que iría. Miró a Kyle, que se encontraba expectante de ver cuál sería su destino.
— Soldado Sandler, Kyle —dijo de nuevo la misma voz.
Ambos amigos estrecharon sus manos en un fuerte apretón nada más reunirse.
—¡Parece que no me voy a librar de tu careto ni queriendo! —habló con tono jocoso Kyle, aunque Ezekiel sabía que se lo decía de forma cariñosa.
— Soldado Cruz, Miranda —dijo la voz de nuevo.
Ambos se quedaron muy sorprendidos. Y más cuando vieron venir a la chica de ojos verdes y pelo marrón oscuro alborotado (oculto por su casco) acercándose a ellos.
— Vaya, ahora si estoy contento de que me hayan enviado a este pelotón —dijo Kyle acercándose a Miranda, observándola con ojos lujuriosos.
—Tranquilo Kyle, procuraré dormir con una pistola bajo la almohada cada noche por si intentas acercarte —comentó ella con tono desafiante.
El magnetismo que se generaba entre ambos era evidente. Aunque Ezekiel no sabía si de verdad a Miranda le interesaría alguien como Kyle o solo jugaba con él. Lo cierto es que no la conocía tanto como él deseaba. Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos al aparecer en escena el sargento mayor, una mujer alta y de constitución robusta. Su rostro, brazos y probablemente resto de su cuerpo estaban dibujados con una serie de tatuajes tribales. Estos, de color negro, contrastaban mucho con el color claro de su piel. Los miró con sus profundos ojos azules y todos se quedaron quietos. Realmente, aquella soldado imponía.
— Muy bien —dijo tajante, como queriendo dejar las cosas bien claras—, soy la sargento mayor Evelyn Müller, y a partir de ahora, estaréis bajo mi mando. Espero que me hagáis caso en todo lo que os ordene. No quiero desobediencias, o si no, pasareis muchos días limpiando letrinas, ¿ha quedado claro?
El silencio respondió por los soldados. A todos les había quedado bien claro, quien era el que mandaba aquí. Por ello, la sargento ordeno a sus subordinados que se pusiesen en marcha. Con su mochila a la espalda, Ezekiel, junto con Sandler y Cruz, pusieron rumbo a los barracones.
—Me alegra ver que has llegado a Midgard de una pieza, muchacho —dijo una voz familiar para Ezekiel.

—¡Oficial Skinner! —exclamó sorprendido Ezekiel.

—Mejor llámame sargento, soldado Ralston —dijo este con una sonrisa en su cara.
Ezekiel fue hacia él, y le sorprendió verlo ataviado con un traje de campaña de color blanco, como el suyo, además de un casco. La primera vez que lo conoció, este llevaba un uniforme militar oscuro. Se le veía informal. Ahora, con ese atuendo, resultaba mucho más duro y aguerrido. A eso también ayudaba lo bien en forma que estaba, su cicatriz en la cara cruzando en diagonal y la barba canosa, no demasiado, pero si algo blanca. Para tener cuarenta años, aun imponía respeto.
— ¿Qué hace aquí? —preguntó Ezekiel con sorpresa.
— Bueno, pensé que eso de reclutar a jóvenes por la causa estaba bien, pero al final llegué a la conclusión de que no podía quedarme de brazos cruzados, y más tal como estamos ahora. Por ello, solicite volver al servicio activo y me destinaron aquí, contigo.
—Raro, ¿creía que preferirías quedarte en tu puesto? —pregunto Ralston desconcertado.
—  Por supuesto —le contestó Skinner sonriente— .Muchos matarían por estar lejos de la guerra, en un cómodo puesto de funcionario, pero ese no es mi estilo. Además, —Señaló su pierna— yo estaba de baja. Me hirieron en la pierna izquierda.
—¿En serio? —preguntó con sorpresa Ezekiel—. ¿Pero ahora está mejor?
— Si, claro —expresó con tono jovial el sargento—. Me duele un poco, pero ya no es tan grave.
Escuchó un grito. Al girarse, vio a Sandler haciéndole señas.
—Veo que te solicitan. No te haré perder mucho más tiempo entonces —comentó Skinner.
—Me alegro de verle…sargento —dijo Ezekiel algo apesadumbrado. Le costaba llamarlo por su rango.
—Lo mismo digo —contestó este y se despidieron.
Volvió con Sandler.
—¿Quién es el viejo? —preguntó Sandler.
—No es un viejo. Es el tipo que me reclutó, Adam Skinner. —La expresión en su rostro cambió repentinamente—. Sargento Skinner, mejor dicho.
—Ya veo.
Los dos entraron en los barracones. Nada más entrar, vieron pegada a cada pared una larga hilera de literas de un piso. Estas eran urnas de plástico, dentro de las cuales había un cómodo colchón, recubierto con una manta de fibra aislante contra el frío.
—Bueno, no nos dijeron que fuese un hotel 5 estrellas, pero no está mal —sentenció Sandler con su ojo clínico.
Ezekiel se acercó a una de las literas, Iba a dejar las cosas sobre la de abajo, justo cuando Sandler corrió con rapidez y salto a la de arriba, sobresaltando a Ezekiel.
—¡Me pido encima! —dijo gritando como un niño pequeño.
—Joder Kyle, ya te vale —espetó Ezekiel agitado.
—Perdona, pero ya sabes cómo soy. —Aquel tono de voz burlón no le gustaba nada.
En ese mismo instante, la sargento Müller entró. Con las manos cruzadas por la espalda, comenzó a recorrer la estancia. Los soldados se colocaron uno al lado del otro, en posición recta e inerte. Ella fue mirando a cada uno. Carraspeó un poco y comenzó a hablar.
—Muy bien soldados. Estos primeros días os los vais a tomar de descanso. No nos han llegado noticias desde Alfa, pero eso no significa que no haya nada que hacer. Todos debemos de contribuir, así que espero veros trabajando en serio y no holgazaneando —lo dijo muy cerca de Ezekiel.
Sandler le dio un golpecito en el brazo. Iba a decirle algo, pero Müller se giró y se quedó mirando fijamente. Prefirió callarse.
—Revisar armamento, cavar trincheras, reparar vehículos. Actividades muy loables y que contribuirán al mantenimiento de esta base. Así que no seáis remilgados de alta clase y ensuciaos las manos como todos. —Dejó un breve momento de silencio.- ¿Ha quedado claro?
—¡Señor, si señor!- Contestaron todos los soldados al unísono.
—Muy bien, podéis descansar. —Se giró para marcharse pero se detuvo— Y recordad algo. Estáis en la Compañía Lobo, la mejor compañía de soldados de toda Infantería Básica. Espero ver grandes cosas de vosotros, haciendo honor a este cuerpo. Por lo que no lo olvidéis.

Se marchó. Todos comenzaron a desempaquetar sus pertenencias, pero las palabras de la sargento Müller aun resonaban por todo el lugar.
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 12:59 (hora terrestre).  
Punto Alfa era como las otras bases. Excepto porque su puesto de operaciones era mucho más grande y tenía una forma distinta. Se trataba de un disco, cuyo interior se dividía en varias estancias, todas ellas plagadas de ordenadores, dispositivos de comunicación y torres de amplificación sonora que manipulaban informáticos, técnicos de comunicación y otro personal militar. En el centro del edificio, había un despacho circular que era el pequeño santuario de coronel Thomas Maddox. El veterano líder de Infantería Básica se encontraba reunido con dos oficiales de Vanguardia.
—¡Sabe muy bien cuáles fueron las órdenes! —gritó uno de ellos, un chino llamado Kyong.
—¿A qué se refiere? —preguntó Maddox desconcertado.
—No nos venga con tonterías —dijo una mujer de pelo rubio corto llamada Hayter—. Envió un equipo de exploración sin nuestro permiso.
—Vi conveniente enviar una fuerza exploratoria para ver el terreno mejor —trató de justificar el coronel.
—¡De eso nada! —prorrumpió Kyong, ya víctima de una ira incontenible—. Ese lugar no estaba en su zona de aterrizaje. Quienes debían haber ido a ese lugar éramos nosotros.
—Claro, la Vanguardia siempre se ocupa de los asuntos importantes.
—Nosotros lo habríamos hecho mejor e incluso podríamos haber capturado el sitio.
—Por supuesto, vosotros siempre sois los primeros. —Ambos oficiales quedaron en silencio— Y luego os llevareis los reconocimientos, las medallas, los méritos. Todos los premios son para la Vanguardia, la fuerza de élite de la Confederación.
Notaron enseguida el tono de burla de Maddox. Kyong ya iba a saltar, pero Hayter le señaló con la mano que no lo hiciera.
—Explíquese coronel, ¿por qué lo hizo? —preguntó curiosa, aunque algo irritada.
—Por esto.
Una pantalla de cristal muy fino y transparente se ilumino repentinamente. Tras algo de estática una imagen apareció. Ninguno de los oficiales podía creer lo que veían. Era una grabación que mostraba el interior de una cueva. Una perfecta sala bien excavada que no parecía natural. Pero lo más sorprendente era lo que había en primer plano: Un artefacto color negro muy oscuro. De líneas rectas y con una figura triangular en la parte superior, tenía dos arcos unidos por el centro cuyos colores variaban del naranja al azul. Quedaron boquiabiertos.

—Esto lo captó mi equipo de exploración antes de morir —dijo Maddox muy serio—. La francotiradora fue quien lo trajo.
Ninguno sabía que decir. Simplemente se quedaron sin palabras.
—Si vosotros hubieseis intervenido, habríais tardado mucho, y tal vez no encontraríamos nada —dijo con cierto tono acusador—. Por eso envié un equipo. Para traer esta maldita información. Para mostrar a todos porque estamos luchando.— Su voz se volvió más fuerte— Así que decidles a vuestros malditos jefes que nosotros estamos haciendo nuestro trabajo y que la Operación Tormenta de Espadas se está llevando a cabo con éxito
Todos seguían en silencio. Maddox, más amenazante que nunca, se les acercó.
—¡Por este maldito objeto es por lo que he perdido a tres de mis mejores soldados! ¡Por este objeto, la humanidad ha hecho su última apuesta!
espero que les est´´ee gustando, dejen su comentario y si quieren que publique mas de un cap por d´´ia

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4. Capitulo 2- Tormenta de Espadas

16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 12:03 (hora terrestre)
Se trataba de la mayor ofensiva militar que la Confederación llevaba a cabo desde los tiempos del Conflicto Colonial. El despliegue de fuerzas iba a ser muy grande, una autentica demostración del poderío militar del bando humano, hecho para amedrentar a un enemigo que hasta ahora parecía imparable. Se contabilizaron más de ciento cincuenta mil soldados de Infantería Básica, más cincuenta mil procedentes de las Brigadas, a modo de apoyo. Diez mil vehículos, entre acorazados de transporte, jeeps, buggies de exploración, motos aerodeslizadores, tanques y tanquetas y vehículos anfibios o hovercrafts. También había naves de transporte clase Buitre, naves de combate Cernícalo, helicópteros Albatros y aerotransportes clase Cóndor, que desplegaban vehículos y tropas de infantería. Todo aquel efectivo preparado para lanzar un gran ataque contra la segunda colonia más importante del Linaje Congelado. Una gran operación, de una escala hasta ahora inimaginable, que necesitaba de un nombre que mostrara el poderío de la acometida. Uno que impusiera. Así, fue como se le llamó Operación Tormenta de Espadas.
El cielo de Midgard fue desgarrado por un poderoso quejido. Un sonido de tambores de guerra, de trompetas de batalla, de anuncio de conflicto inminente. Del sonido de propulsores y motores. Un ensordecedor coro de ecos que acompañaba al desembarco de las fuerzas de la CNAT en la helada superficie del planeta helado. Naves rectangulares de color verde añil clase Buitre, con el morro en punta, descendían del cielo. En su bajada, iban acompañadas por naves el doble de grandes que ellas pero de la misma forma y color. Se trataban de aerotransportes clase Cóndor, en cuyo interior albergaban vehículos y batallones de combate. En cuanto las naves tomaron tierra, las compuertas se abrieron y una miríada de mujeres y hombres, ataviados con trajes militares de color blanco y cascos color gris, descendieron. Los soldados de Infantería Básica se desplegaron por el terreno, asegurándose de que no hallarían fuerzas enemigas. Enseguida, estos comenzaron a organizarse en las distintas compañías que correspondían a cada una. En total veinte compañías quedaron organizadas, compuestas cada una por doscientos soldados, lideradas por su propio capitán que dejaba cada escuadrón a cargo de un sargento. Una vez las compañías habían quedado conformadas, una nave Buitre color gris plateada descendió del cielo. Esta era diferente a las otras por una simple razón: en su interior venia el líder de campo de la operación, el coronel Thomas Maddox. Una vez tomó tierra, la nave abrió su compuerta y de su interior salió un hombre de un metro sesenta y nueve de estatura, cuerpo liviano pero de complexión fuerte, aunque de andar algo cojo. Su cara estaba surcada de algunas arrugas, algo evidente a sus sesenta y tres años de edad, además de dos cicatrices, una recorriendo su frente y otra serpenteando por su mejilla derecha. Se dirigió al centro, donde dos oficiales de Infantería Básica le hicieron el saludo militar. Lo mismo hizo el resto de soldados, que quedaron rectos y enhiestos en formación. Tras esto, el coronel de Infantería Básica se dirigió al ejército que tenía a su alrededor.

 —Soldados, escuchadme atentamente. —Tomó una pequeña pausa— No voy a andarme con largos y aburridos discursos para hablaros sobre el honor y lealtad hacia la Confederación, la Infantería Básica y la Tierra. Tampoco sobre vuestro valor y determinación a la hora de luchar por vuestras familias y vuestro planeta, al que tanto amor profesáis. No, eso se lo dejo a los altos cargos del Mando Central. Yo lo único que quiero deciros, es que estamos en territorio enemigo, lejos de cualquier ayuda que puedan darnos. Este es un lugar peligroso, no solo por los Gélidos que se mueven como pez en el agua por estos parajes helados, sino por el clima y el ambiente hostil. ¡Y de nosotros depende que la operación se lleve a cabo! —Dio otra pausa para respirar. Se estaba quedando sin aire —No hemos sacrificado una flota entera de naves que en estos momentos estará distrayendo a los Inmortales para cagarla justo ahora. Por eso, quiero veros al máximo de vuestras capacidades. Esta campaña es muy importante para la Confederación y no pienso engañaros, va a ser más dura de lo que muchos pensáis. Pero he sobrevivido a suficientes mierdas como para saber que si trabajamos duros, demostraremos a esos cabrones de la Xeno-Alianza que sabemos patear bien sus culos extraterrestres.
Maddox se hacía respetar. A su rostro decorado por sus cicatrices que mostraban el gran guerrero que fue, se unía su poderosa y fuerte voz además de su gran capacidad para recitar grandes discursos. Daba honor a su gran figura militar, tal como mostraban las tres medallas que tenía en la parte izquierda de su pecho. Una circular azul oscura, al valor por combate en el frente. Otra, roja escarlata en forma de rombo, por herido en acto de servicio, y otra verde claro hexagonal, por sus grandes contribuciones estratégicas a todas las ofensivas militares.
 —Muy bien dijo mientras miraba a todos los soldados que le rodeaban —Es hora de establecer el campamento. Así que, ¡Adelante!
Todos iniciaron la marcha. Maddox y los dos oficiales de Infantería Básica, junto con un escuadrón de 5 soldados para proteger al coronel, encabezaban el convoy militar. Detrás de ellos, 2 compañías, seguidas por otras, avanzaban bajo el estricto mando de sus respectivos capitanes. Mientras tanto, los aerotransportes Cóndor abrían sus compuertas para dejar salir los vehículos. Acorazados de 8 ruedas, tanques de asalto, seguidos por tanquetas araña con seis patas largas y delgadas, levantaban polvaredas de nieve al avanzar. Las motos aerodeslizadores y los buggies, salían rápido para ponerse en cabeza, y servir como fuerza de reconocimiento del terreno. Poco a poco, aquellas fuerzas irían al Punto Alfa, lugar donde se establecerían una de las tres bases de operaciones. Ellos serían la primera oleada de fuerzas desplegadas en Midgard. Una vez establecidos, más personal militar y vehículos serian movilizados como parte del contingente y se establecerían en las otras bases. Así, daba inicio la fundamental Operación Tormenta de Espadas.
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 12:31 (hora terrestre).  
Dos hombres descendieron de un Buitre junto con la segunda oleada de soldados que vino tras el desembarco inicial. Uno de ellos se frotaba con vehemencia las manos, intentando calentarlas en vana desesperación.

 —Joder, nadie me dijo que este planetucho iba a estar tan helado —comentó Ezekiel Ralston, mientras intentaba entrar en calor frotándose.
—Te dije que te trajeses el chaleco térmico —dijo con cierta sorna su compañero Kyle Sandler.
Ezekiel Ralston y Kyle Sandler eran dos jóvenes procedentes de la Tierra que acababan de alistarse en las fuerzas de Infantería Básica. Su intención, al igual que muchos otros, es defender a la Tierra del malvado enemigo alienígena, la Xeno-Alianza. Ese poderoso trío de especies extraterrestres cuya avanzada tecnología y poderío estaban aniquilando a la especie humana. La propaganda, tanto por la publicidad, los videojuegos y la Infrared logró llamar la atención de los jóvenes, que fascinados por la figura del ejército y exaltados por los comunicados donde se mostraban las heroicas hazañas de los valientes soldados humanos salvando las vidas de inocentes colonos y aplastando al inmisericorde enemigo, provocó un alistamiento masivo en las fuerzas armadas. Aunque muchos preferían las Brigadas, donde eran destinados a la cómoda posición de defender una colonia, no fueron pocos los que acabaron metidos en la Infantería Básica, dada la fama que precedía a esta facción del ejército.
Pero Ezekiel Ralston lo hacía por algo más que por patriotismo o promesas de acción. En su caso había un acto más noble, o al menos así era como lo quería ver. Ezekiel quería ayudar a su familia. Había oído que aquellas familias con hijos alistados en el ejército recibían por parte del gobierno una compensación económica como premio por contribuir al bien de la Confederación, legando a su descendencia a servir en sus fuerzas armadas. Y eligió la Infantería Básica, ya que uno de sus más lejanos antepasados, Christopher Ralston, fue uno de los primeros soldados en servir en tan ilustre división, durante el Conflicto Colonial. Una figura a la que admiraba, y de algún modo, quería rendirle homenaje de este modo.
Ambos compañeros caminaron hacia uno de los jeeps. En uno de ellos, un joven de aspecto asiático estaba intentando reparar el motor del vehículo, estropeado al forzarlo demasiado.
—Que, ¿funciona? —preguntó Sandler, aunque con intención más de fastidiar que de ayudar.
El muchacho, Ryo Takahashi, los observó a ambos a través de las gruesas gafas de ingeniero de reparación con cara de pocos amigos. Takahashi era un ingeniero de mecánica que acababa de salir de la universidad y que se había alistado para llenar su curriculum de cara a acceder a mejores puestos de trabajo. Dejó a un lado el pequeño soplete, del cual salía una pequeña llama naranja, y se levantó, quitándose las gafas.
—Pues lo cierto, es que no —comentó mientras se quitaba las gafas—. Algún idiota le ha pisado tan fuerte que ha recalentado el motor y se ha cargado una de las válvulas. Ahora, tendremos que esperar a que nos den una para cambiarla.
—O sea, que no podremos ir motorizados al campamento —dijo algo molesto Sandler.
—Pues no —le sentenció Takahashi—. Mejor vais a pie, que para algo hicisteis la puta instrucción como yo.
Kyle y Ezekiel se marcharon de allí, con Sandler sin parar de quejarse de Takahashi.
—¡Puto Ryo! —Maldijo para sus adentros—. Ese cabrón no daría el brazo a torcer ni aunque fuésemos un par de tías buenas.
Ezekiel le otorgó una mirada de sorpresa ante su afirmación. Sandler le replicó.
—¡Vamos hombre, sabes que es cierto! —Extendió los brazos para enfatizar su rabia— No le interesa más que él, los demás solo somos unos estorbos.

—¡Que pasa Sandler! —dijo una voz femenina a sus espaldas— Ya estás cabreado porque tienes que ir a pata hasta la base.
Se dieron la vuelta y vieron a una chica joven, un poco más baja que ellos dos pero mucho más atlética, andando hacia donde estaban. La muchacha tenía una mochila colgando de su espalda, y entre sus manos sostenía un fusil de asalto Víbora Tipo 9. Era color gris plateada claro, con el tubo del cañón fino y una mira laser de color rojo. La chica se acercó a Sandler, mirándole fijamente con sus ojos color verde claro. Se quedaron así por un pequeño instante.
 —Cruz, ¡qué alegría verte! —exclamó Kyle con una bobalicona sonrisa en su cara— Creo que con tu compañía, la caminata será más placentera.
—Claro Sandler, en eso mismo pensaba yo. —Sus ojos color verde claro se iluminaron al mismo tiempo que ella también sonreía— No hay algo que este deseando más que eso.
Miranda Cruz, con 1'65 m de altura, 63 kg de peso y un rostro infantil y tierno, podría parecer una chica vulnerable y frágil, de esas que pedirían ayuda y serían rescatadas por príncipes azules. Pero ella era más de lo que aparentaba. Sin apenas inmutarse, clavó su rodilla en la entrepierna de Sandler. Ezekiel apartó la vista para no asistir a tan vergonzosa escena. Su amigo estaba rodando por el suelo, aullando de dolor mientras sus manos se colocaban en la zona afectada, una zona muy comprometida para cualquier hombre. Tras esto, Miranda recogió del suelo la mochila y el fusil que había dejado para golpear a su compañero y continuó andando.
—Me alegra ver que el vuelo interestelar no te ha afectado Zeke —dijo al compungido Ralston, que solo podía mantener la cabeza gacha ante tan vergonzosa escena—. Espero que te lo pases bien con este idiota.
Con esfuerzo, llevó a Kyle hasta uno de los Cóndor. Allí debían recoger sus pertenencias, en este caso, armamento, herramientas y provisiones. Todo estaba metido en una mochila, excepto el arma principal.
Ezekiel observó en sus manos el arma que tenía, un fusil de asalto Sable Marca 3. Un calibre 24 con cargadores de 24 balas, provisto de un visor de color verde en la mira. Era alargada, de color negro ocre, con el cañón alargado y la culata terminada en un Angulo recto de 45 grados. Notó la fría dureza del metal y el austero tacto del plástico.  Era un arma imponente y poderosa, y con ella, se sentía fuerte y hasta casi invencible.
—¡Joder con Cruz! —farfulló Sandler sentado mientras soltaba un gemido de dolor al cruzar sus piernas— Es dura como un peñón, pero sé que a esa chica la tengo loquita, ¿verdad?
Esa pregunta le pilló por sorpresa a Ezekiel. ¿Realmente debía decir algo tras lo que había visto? Sabía que Kyle siempre se las daba de Don Juan, pero lo cierto es que no era tan ligón como aparentaba y desde luego, lo que había pasado con Miranda no era ningún avance por su parte. La atracción que ella podía sentir por él, era la misma que podría sentir por una babosa de Lassendorf. Ninguna.
—Que, ¿vas a decir algo o te vas a quedar callado? —le inquirió Sandler impaciente.
 —¡Y yo que se Kyle!— respondió Ezekiel nervioso— Tú sabrás, eres quien quiere liarse con ella, no yo.
— ¡Ah! Lo había olvidado— dijo burlón Kyle—, estoy hablando con el experto que a sus veinte años solo se ha liado con una y de pura chiripa.
Ezekiel le lanzó una mirada de enojo a Kyle
—Anda, recoge tu paquete y vamos, tenemos una larga caminata— le contestó a su amigo con poca animosidad.
— ¡Estás loco!— le comentó malhumorado Kyle. ¡Me ha dejado los huevos hechos puré! Si empiezo a andar, se me quebraran del todo.

Arrojó la mochila a sus pies. Con completa indiferencia, Ezekiel comenzó a andar. Atrás Kyle no paraba de renegar. Los dos se pusieron en marcha y llegaron al grupo de soldados agrupados. Otros muchos grupos había conformados por toda la zona de aterrizaje.
Delante del grupo al que Ezekiel y Kyle habían acudido se encontraba un oficial con gorra y un traje de color blanco parecido al de los demás, excepto porque tenía unas placas de metal cubriendo sus hombros, piernas y pecho. Era el capitán Abdoulayye Oliveira, un hombre alto de ascendencia brasileña-sudanés que parecía dirigir al grupo. Era alto, tenía la piel negra y los ojos de color marrón oscuro, como los de la tierra recién mojada por la lluvia. Su mirada desprendía fuerza y valor pero también, liderazgo y autoridad. El hombre intimidaba a los jóvenes reclutas con su pose recta y sin inercia, quienes lo contemplaban en silencio. Ezekiel y Kyle se abrieron paso entre los soldados hasta colocarse justo delante, para ver mejor al capitán. A su lado, Zeke vió a Cruz, que parecía impaciente porque el capitán Oliveira dijera algo.
—¡Muy bien soldados! —dijo con voz ronca— No os entretendré mucho. Soy el capitán Abdoul Oliveira. Algunos ya me conocen. Otros no habrán oído hablar de mí en su puta vida. Pero que os quede bien claro una cosa, soy el líder de esta compañía. Toda orden dada vendrá de mí, vosotros haréis caso y aquel que la contradiga debe tener una buena razón para haberlo echo, porque si no la tiene, le cortaré un dedo. Con mi cuchillo. —Y agarrándola del cinto que tenía atado a su pecho, les mostró a los soldados un gran puñal largo y afilado. Ezekiel y el resto de los allí presentes no se sentían muy cómodos— Así que eso es todo. Nos espera un viaje de dos horas hasta la base Omega. El clima aquí es duro y la nieve entorpecerá nuestra marcha, pero es lo que hay. —Se quedó un pequeño instante callado— Sed bienvenidos a la Compañía Lobo.
Y acto seguido, Ezekiel, Kyle, Miranda y el resto de soldados de la Compañía Lobo se pusieron en marcha. La nieve empezaba a caer de forma copiosa. Los pies de los soldados se hundían en el poco compacto suelo helado. Zeke sintió una de sus piernas hundirse en un agujero profundo. Tuvo que hacer mucha fuerza para sacarla. A su lado, Kyle se carcajeaba a mandíbula batiente, y un poco más lejos, Miranda le observó por un instante con una maliciosa sonrisa, tras lo cual emprendió la marcha. Más atrás, los sargentos hostigaban a los soldados para que aceleraran el avance, como un pastor haría con su rebaño. Y mucho más atrás, las naves seguían llegando, descargando más tropas y vehículos. La operación Tormenta de Espadas no había hecho más que comenzar.

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3. Capitulo 1- La Patrulla

hola gente como andan todos, bueno continuamos con esta pequeña historia .
Capitulo 1- La Patrulla
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4 nombre en clave "Midgard". 09:03 (hora terrestre).
—¡Putas Brigadas! —espetó iracundo Robert Sheen— ¡Debí quedarme en las putas Brigadas! ¡Tal como dijo mi santo padre!
Decía esto cada vez que sus pies se hundían en la frágil nieve. Aquella capa de suelo helado se tragaba su pie cada vez que lo posaba. El sargento mayor de Infantería Básica se desplazaba torpemente, levantando nieve con cada zancada. Los soldados cerca de él lo observaban con cierta gracia pero ninguno prefería reírse. No deseaban enfurecer a su superior. En total, eran cuatro personas perdidas en un fantasmagórico bosque. Los arboles eran grandes e inmensos, muy parecidos a las secuoyas de más de 100 metros de altura que aun podían admirarse en la Tierra. Sus ramas estaban recubiertas por la nieve, amenazando con caer sobre cualquier iluso que pasara debajo de ellas para dejarlo enterrado. El grupo avanzaba disonante. 2 hombres y 2 mujeres en tensión continua. Todo estaba muy silencioso. Una de las mujeres, armada con un rifle de francotirador, iba delante del resto, oteando el paisaje para encontrar cualquier peligro. No era para menos estar en alerta. Se encontraban en Midgard.
Midgard era un pequeño planeta. Más incluso que la Tierra. Los dos únicos continentes que existían estaban situados cerca del Polo Norte, por eso, las temperaturas eran tan bajas y todas las masas de tierra estaban recubiertas de hielo y nieve. De hecho, el planeta se encontraba en una era glacial, que no solo afectaba a los continentes cercanos al Polo Norte, sino a islas y otras masas de tierra repartidas por este. Solo las formas de vida mejor adaptadas a mundos helados lograron prevalecer. Los Gélidos la eligieron para establecer su segunda colonia, a la cual llamaron Midgard. O más bien, ese era el nombre en clave que la Confederación le había puesto al siguiente objetivo en su lucha contra la Xeno-alianza. Aquel no era el mundo de los hombres, sino un lugar mucho más extraño.
La francotiradora Scarlett Muller estaba colocada detrás de uno de los anchos árboles. Con sumo cuidado, fue asomándose para ver que tenían más adelante, esperando encontrar algún posible peligro. Pero lo único que halló fue un sereno claro en el bosque, un círculo perfecto formado en mitad de aquella vasta región cubierta de árboles, donde lo único perturbador eran los copos de nieve que caían con delicadeza. Miro con cierto alivio y luego se giró hacia sus compañeros. El sargento mayor Robert Sheen iba seguido por la sargento raso Ilana Shabaddi y el recluta Barry Stroud. Los tres caminando de forma torpe por la nieve, muy torpe en el caso del sargento Sheen, que de un momento a otro parecía que podría caer estrepitosamente.
—¡Maldita sea! —gruñó mientras levantaba con dificultad uno de sus pies. Sacudió la bota para tirar la nieve que se había pegado a esta. Luego se dirigió hacia Muller— ¿Cómo está la situación francotiradora?
Muller quedó en silencio por un leve instante. Estaba pensativa, mirando el plácido paisaje. Tranquilo pero engañoso.
—Todo parece estar en orden señor, no veo movimiento enemigo alguno —dijo con voz pausada.
 —Perfecto —asintió Sheen—. Pues adelante, tenemos mucho que hacer.
Hizo una seña con la mano al resto de la patrulla, y continuaron su avance. Decidieron ir por la zona con árboles, donde estarían más a cubierto, sin ser detectados por el enemigo. Todos avanzaban deprisa, siempre con la francotiradora Muller delante, usando la lente de la mira telescópica de su rifle para rastrear la distancia en busca de cualquier movimiento sospechoso. Después de que esta revisara el lugar, les hacía una seña y continuaban su avance. Tenían que ir con pies de plomo.
Barry Stroud tenía un pad en sus manos. Era un aparato rectangular compuesto tan solo por una pantalla en la que había un mapa del lugar. El mapa había sido tomado gracias a las varias sondas de exploración enviadas al planeta para ser escaneado. Este mostraba el cuadrante perteneciente a la zona suroeste del segundo continente, y en él se veían grandes concentraciones de árboles además de unas coordenadas que indicaban con una larga línea hacia donde se dirigían. Esto se debía a que habían captado una señal que parecía proceder de esta zona. Y era por lo que estaban aquí. Con su mano derecha Stroud tocaba la pantalla, en la cual se desplegaban las cifras indicando la distancia que lo separaban del foco de donde procedía la señal.
  —¿Cuánto nos queda?—preguntó Ilana Shabaddi, que se encontraba detrás suya.
Barry miró por un instante a la sargento. Con su piel oscura en contraste tan fuerte con la blanca nieve tenía un aire realmente exótico, tan solo superado por unos carnosos labios y unos ojos calor café que la compartían en una diosa de ébano. Barry estaba enamorado de Ilana desde que la conoció, desde que entró en el programa de reclutamiento y la vio con su pelo rizado largo de color marrón oscuro ondeando grácilmente. De eso habían pasado cuatro años, y aunque estaban muy cerca el uno del otro, nunca tuvo oportunidad de decirle lo que sentía. Ahora caminaban por aquel silencioso campo helado, avanzando hacia un objetivo que desconocían por completo. Volvió a mirarla y le contestó.
—Ya falta menos.
La francotiradora se apoyó en uno de los árboles. Scarlett Muller no escuchaba ningún sonido perturbador más allá de los pasos de sus compañeros y el rubor del viento helado. Todo parecía estar tranquilo. Y entonces lo escuchó. Un súbito sonido, tan repentino como el trueno que anuncia la llegada del relámpago. Era un ruido similar al de una turbina, agudo pero estridente. Al principio no lo escucho bien, pero enseguida comenzó a escucharlo de forma más audible. El sonido se repetía varias veces, en leves pautas de 15 segundos.
—¡Sargento Sheen! —dijo apresurada Scarlett—. Creo que he escuchado algo.
Robert Sheen corrió con prisa hacia la francotiradora, con tan mala pata, que tropezó y dio con su cara en la nieve. Al levantarse, su rostro de hombre de cuarenta años, surcado de algunas arrugas y con una barba de color gris ya algo larga, estaba toda blanca. Scarlett reprimió una risa. Sabía lo irascible que era el sargento mayor.
 —He escuchado un sonido muy extraño allí —dijo mientras señalaba con su dedo índice hacia delante.
El sargento mayor la miró con sorpresa.
—Bien, pues acerquémonos para ver que encontramos —sentenció.
Hizo señas a Shadabbi y a Stroud que se acercaron.
—¿Qué de cerca estamos de la señal? —preguntó Sheen al cabo.
—No mucho— contestó este mientras consultaba el pad—. Unos 700 metros.
El hombre lo tenía claro. Estaban cada vez más cerca. Era el objetivo de esa misión de reconocimiento. Así que hizo una señal a Muller que se acercó.
—Adelántate y comprueba que no hay enemigos. Nosotros iremos por el flanco izquierdo para acercarnos más y tener una mejor visión del objetivo.
La francotiradora hizo caso a las órdenes de su superior y se adelantó. Entre la espesura del bosque, avanzó rápidamente. A medida que se acercaba, el sonido que escuchó se fue haciendo más fuerte. Era un zumbido potente, como un motor de una nave de viaje interestelar. Llego hasta una pequeña pendiente que caía hasta una amplia llanura. Se acostó sobre el frío suelo y empuñó su fusil de francotirador. Gracias a su mira telescópica de 14 aumentos, Scarlett pudo ver mejor de donde procedía el misterioso ruido. Al final de la llanura, se elevaba una gran pared rocosa completamente desnuda, y debajo de esta había un gran agujero. Una inmensa gruta, que parecía hundirse en la tierra. La negrura que emanaba de ella era escalofriante. Y de la cueva, vio salir a unos seres de aspecto humanoide, vestidos con extraños trajes de colores azules y morado. Eran Gélidos. Ya habían sido avisados de su posible presencia, pero lo cierto es que le sorprendía verlos allí mismo. Algunos estaban fuera. Eran los centinelas. Pero otros entraban y salían de la cueva, portando extraños objetos entre sus manos. Desconocía que podrían ser, pero su resplandeciente brillo cristalino le hacía creer que podrían tratarse de minerales. Entonces, escuchó la voz del sargento Sheen por su intercomunicador.
—Muller, ¿estás ahí?— preguntó con su rasposa voz.
—Si, sargento— respondió rápido ella.
—Bien, ¿cuántos objetivos hay?
—Cuatro. —A través de su mira pudo verlos en su tranquila actividad.- Dos centinelas y dos trabajadores.

—Bien —contestó el sargento—. Te digo, abate a uno de los centinelas, yo me ocupare del otro. Shabaddi y Stroud se encargaran de los trabajadores.
Todo estaba listo. Desde su mira, Scarlett se posó en la cabeza de uno de los centinelas y sin mucha demora, apretó el gatillo. En la cabeza del centinela Gélido se formó un agujero de donde empezó a brotar sangre de color púrpura. Cayó hacia atrás y quedó inerte en el suelo. Para cuando su compañero se percató de lo que ocurría, el sargento Robert Sheen y el resto surgieron de unas rocas. Sheen abatió al centinela restante con su fusil de asalto y el tándem Shabaddi-Stroud eliminó a los trabajadores, que huían despavoridos en vano. Afortunadamente, las armas tenían silenciador cada una, por lo que no emitieron ningún ruido audible.
—Listo —dijo Sheen satisfecho-. Muller, nosotros entramos. Tú quédate y vigila que no entre nadie. Si alguno consigue hacerlo, avísanos.
 —Recibido —contestó la francotiradora. Desde la mira de su rifle, pudo ver como sus compañeros se internaban dentro de la cueva.
La oscuridad parecía haberlos engullido. No veían nada, y Sheen temía que fueran a tropezar con algún obstáculo que les pudiera entorpecer. O con el enemigo. Afortunadamente, Barry había cogido su pad y desde ahí, programó el visor de sus cascos para que este desplegase la visión nocturna. A través de este, el mundo se veía de un color verde fosforescente muy luminoso.
—Esto ya es otra cosa —contestó reconfortada Shabaddi. Eso le gustó a Barry.
Con la visión nocturna, se les reveló un amplio pasillo donde no había ni un solo obstáculo. Una roca o agujero que pudiera suponerles peligro alguno. Todo parecía perfecto. El suelo pavimentado, las pareces rectas, el techo formando un perfecto arco. Sheen se preguntó si los Gélidos habrían sido capaces de hacer algo así, pero llego a la conclusión de que aquel era un trabajo demasiado perfeccionista para unos seres demasiado atrasados tecnológicamente. Los tres avanzaron por el pasillo, apuntando con sus rifles para eliminar cualquier presencia enemiga que se les cruzase por el camino. No tardaron en toparse con unos. Los escucharon, hablando en su extraño e ininteligible idioma. Cada vez se acercaban más, y no hizo falta ninguna visión nocturna. A medida que avanzaban, a cada de las paredes, se iban iluminando luces procedentes de unos tubos fluorescentes. De ellos emanaba una luz purpura, muy similar a los neones de un club nocturno de mala muerte. Eran dos. Justo antes de que les vieran, el sargento Sheen salió al paso de los dos centinelas y les metió a cada uno una bala en la cabeza. Ambos cuerpos cayeron al suelo, generando un plomizo sonido. El grupo aprovechó la inerte luz purpura para avanzar por el pasillo y llegaron a la entrada. Barry miró su pad y vio que apenas estaban a unos cien metros del punto de origen de la señal. Excitados, cruzaron el umbral de la entrada y vieron la fuente de la señal.

—¡Joder, esto es más de lo que imaginaba! —exclamó perplejo el cabo Barry Stroud.
La sala era grande. Una inmensa cueva subterránea que se curvaba hasta quedar conformando una perfecta bóveda. Del techo no colgaban estalactitas, algo extraño. Este estaba totalmente desnudo y mostraba una superficie lisa de color blanco nacarado. Pero lo que más les dejó boquiabiertos era lo que tenían justo delante. Aquel opaco color negro. Esos arcos que lo bordeaban y cuyo color cambiaba de forma intermitente entre el azul cobalto y el naranja fogoso. Era una visión tan extraña, pero a la vez tan hermosa, que sus mentes parecieron entrar en una especie de trance. Y a la misma vez, sus cabezas se llenaron de toda clase de cuestiones. Cuestiones sobre el universo, su origen, sobre hacia donde iba y que sentido tenia. Infinitas preguntas para la que ninguno de ellos parecía tener respuesta.
Cuando Sheen vio el primer Gélido, este ya le apuntaba con su lanza fotovoltaica. Con rapidez consiguió girar por el suelo, esquivando el disparo de plasma de color azul resplandeciente. Este impacto contra el suelo, dejando una humeante marca sobre este. Con rapidez, el sargento mayor apuntó con su fusil de asalto y disparó contra el alienígena, que murió al instante tras tres tiros. Shabaddi y Stroud ya estaban a su lado. Escucharon gritos en idioma extraterrestre y sombras de seres informes se proyectaban en las paredes.

—Atentos —advirtió Sheen—. Vienen por nosotros.
La misión no podía fracasar. No después de lo que habían visto. Se puso en contacto con Muller y le dio un pormenorizado informe de lo que habían visto. También le envió un video que Stroud grababa con su pad. Si ellos fallaban, ella era su salvoconducto. Más Gélidos, surgieron de los laterales de la sala. Buscaron cobertura tras unas cajas metálicas, mientras esquivaban las bolas de caliente plasma. A cubierto, los tres entablaron combate con el enemigo.
El tiroteo fue breve pero intenso. A Shabaddi le dieron en el brazo. Barry, al ver lo que le estaba ocurriendo a su compañera, corrió a su lado sin dudarlo. Tras esquivar los disparos enemigo con cierta torpeza, consiguió cubrirse tras las cajas en las que se hallaba la sargento. Vio cómo se encontraba y le puso un parche curativo en la herida que logró frenar la quemadura. Ella le sonrió con ternura, lo cual reconfortó al soldado. Cuando todo terminó, Robert Sheen se acercó para comprobar si sus atacantes seguían vivos. Cuatro cadáveres fue lo que halló. Miró a Stroud, que tenía a la sargento Ilana cogida del brazo
—Bien, estamos listos. Vayámonos de aquí —anunció el sargento.
Ya estaban listos para salir por la entrada cuando del cielo la vieron descender. Era una humanoide de aspecto femenino, o al menos, eso deducían por las pronunciadas curvas de su cuerpo, ya que estaba recubierta de un traje color blanco muy brillante. Franjas negras surcaban como finas líneas sus brazos y piernas. De su mano sacó un bastón, que ante sus ojos, desplegó dos largas extensiones de las cuales surgieron dos cuchillas curvadas, provistas de una punta afilada. Los tres se pusieron en tensión. Sheen miró al rostro inanimado del atacante, una pantalla de cristal de color azul oscuro que reflejaba la mustia oscuridad del lugar. Los soldados apuntaron sus armas contra la Gélido y de forma repentina esta se elevó. Stroud pudo ver como de su espalda surgían unas extrañas extensiones que parecían alas. Eran de un color dorado muy resplandeciente. Desapareció y todos quedaron atónitos. ¿Acaso solo fue una extraña aparición? Eso pensaban ellos, cuando las otras dos aparecieron.
Eran exactamente iguales a la primera, excepto porque en vez de franjas negras las suyas eran de color dorado. En sus manos, portaban unas lanzas fotovoltaicas de cuya punta manaba un resplandeciente color azul.
—¡Mierda! —gritó Sheen.
Los tres saltaron a un lado, justo cuando dispararon. Una de las calientes bolas de plasma dio en la pierna de Stroud. Este sintió el súbito ardor del plasma devorando primero la tela de su pantalón y después su carne. Emitió un fuerte grito mientras caía al suelo. Llevó su mano a la herida, de la cual manaba sangre. Shadabbi, al verlo así, fue hacia él. Sheen, mientras tanto, luchaba contra ellas. En cuanto la sargento llegó hasta Barry, la primera Gélido bajó de nuevo. En su mano, blandía su arma de cuchillas curvadas, que hizo girar con una sola mano.1
 —Quieres pelea, ¿eh? —le espetó con tono desafiante Ilana.
La Gélida arremetió contra ella. Ilana logró esquivar el ataque. Por muy poco, una de las cuchillas le rozó la cara pero, esa fatal sensación se esfumó en cuanto apuntó su rifle contra su enemiga. Esta, al ver la intención, desplegó las alas doradas y voló alto. Illana le disparó una gran cantidad de balas, pero ninguna le dio. Bufó insatisfecha y vio a otra de aquellas guerreras disparando al sargento Sheen. Sin dudarlo, empuñó su rifle y abrió fuego contra ella. Cuatro heridas le infligieron en el cuerpo. La sangre purpura manchó su traje blanco. La sargento se sintió victoriosa. Pero esa euforia se esfumó cuando la cuchilla curvada de su primeriza rival atravesó su pecho.
Barry lo vio todo. A Ilana matando a la Gélida que atacaba al sargento. A la primera Gélido con la que se enfrentó descendiendo para colocarse detrás de ella como esta blandió su arma y la clavaba por su espalda. A Ilana sangrando tanto de su herida como de su boca. Lo vio todo muy rápido, pero para él fue como una eternidad. La soldado se hincó de rodillas, como si fuera a rezar. Ella giró su cabeza y miró a Barry con sus ojos color café. La Gélido blandió sus bastón con dos cuchilla en cada extremo, y en un abrir y cerrar de ojos, la cabeza de Ilana se separó de su cuello, cayendo al suelo y rodando hasta quedar a escasos metros del cabo Stroud. Él estaba petrificado. En sus ojos, aún tenía esa mirada de horror que se le quedó justo antes de morir. Una ira emano de su interior y sin dudarlo, agarró su arma, se levantó a pesar del desgarrador dolor de su pierna y fuera directo a por la Gélida.

—¡Puta! —dijo con un ensordecedor grito que parecía hacer temblar la tierra—. ¡Vas a morir!
La Gélida lo miró con completa indiferencia. La suficiente como para ver como tres incandescentes bolas de plasma impactaron contra su cuerpo. Dos en su torso y uno en su cara, que lo quemo por completo hasta dejar el ennegrecido semblante de su calavera al descubierto. Se giró y fue hacia el pequeño corro que se había formado. Apoyado contra una pared, sangrando de varias heridas, el sargento mayor Robert Sheen miraba fijamente a las extrañas criaturas que lo contemplaban con burla. No podía ver sus rostros. Siempre quiso ver la cara de un Gélido. Comprobar cuál era el aspecto de sus enemigos. Dos se hicieron a un lado para dejar pasar al Gélido que portaba la letal arma de cuchillas afiladas. Al dejar hueco, pudo ver los cuerpos sin vida de Stroud y Shabaddi, lo cual le llevó a una cruel conclusión, habían perdido. Pero no del todo. La Gélida se inclinó a su lado y lo observo. Sheen tenía un disparo en el vientre que había quemado su carne. Notaba sus intestinos revolviéndose. Sus jugos gástricos recalentados quemando su interior. Miro fijamente a la criatura. En su cara no pudo adivinar nada, solo un cristal de color azul donde su propia cara se reflejaba.
—Me mataréis a mí —dijo con tono amenazante—, pero un gran ejército se acerca. Muy grande y poderoso, que os meterá de plomo hasta el culo y bombardeará vuestro hogar con incandescente napalm. Os destruiremos.
Parecía satisfecho con lo que decía, pero notó algo en la Gélida. Se acercó hasta tenerla apenas unos centímetros y habló
—No lo creo —dijo de forma perfecta en el idioma humano
A continuación, Sif, hija de Odín, jefa del cuerpo de Valquirias y general encargada de dirigir la defensa de Midgard, hundió la cuchilla por el cuello de Sheen, subiéndolo por su boca y sacándoselo por entre los ojos en una perfecta curva que atravesó su cerebro. El sargento de Infantería Básica se retorció por unos instantes, pero enseguida quedo muerto. Sif contempló el cadáver del humano, y comprendió que esto solo era más que el inicio. Tal como el recién muerto sargento le había anunciado, un gran contingente humano se acercaba. Y su misión era evitar que llegaran hasta el Conducto, el artefacto del a Primera Raza, que tanto significado tenia para la Casta Eterna.
Afuera, Scarlett Muller corría desesperada, con la información que les habían proporcionado sus ya difuntos compañeros. De ella dependía ahora que los datos llegaran sus líderes. Unos datos fundamentales para que el éxito de la operación Tormenta de Espadas fuera factible.

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2. Prólogo- En el cielo de fuego y acero

15 de Abril de 2665. Sistema Terminus. Sobre la órbita del Planeta Zeta-Gamma 105. 23:05 (hora terrestre).
En el espacio, no hay sonido. O, sí lo hay, pero el problema está en que no se puede oír. Esto se debe a que las ondas emitidas por un cuerpo viajan a través de vibraciones que van de un átomo a otro. En medios como el aire, el sonido puede trasportarse a través de este, gracias a las partículas dispersas en él, pudiendo así ser escuchado. Pero en el vacío del espacio, no hay nada. De ese modo, desde el pequeño choque entre dos asteroides hasta la devastadora explosión de una supernova pueden resultar del todo imperceptibles. Eso mismo puede aplicarse también a una batalla entre dos inmensas flotas de naves interestelares.16
Zeta-Gamma 105 era un planeta un poco más pequeño que la Tierra. De color gris claro por los minerales que componían el suelo, montañas y rocas del planeta, se encontraba salpicado por largas extensiones de color blanco que se repartían por determinadas zonas. Eran líneas de color pálido que reptaban por todas partes como si se deslizasen. Algunas completamente rectas, otras formando intrincadas curvas, se trataban de inmensos glaciares. El planeta orbitaba alrededor de una estrella de clase IV o Subgigante. Era una gran esfera de color anaranjado cuya masa se expandía al ir aumentando su temperatura. Muy pronto, pasaría a la fase de gigante roja, aumentando aún más su tamaño y emanando un brillo color escarlata. El planeta, minúsculo en comparación, bailoteaba a su alrededor en dos movimientos constantes. Uno de rotación, girando sobre sí mismo como una bailarina de ballet haría rotando sobre una sola pierna y otro de traslación, describiendo elipsis alrededor del inmenso astro como si este lo tuviera enganchado por una cuerda invisible. Una danza de vaivenes causados por las fuerzas de atracción de la gravedad, al cual decidió unirse otro cuerpo.12
Una descomunal nave Clase III, fragata de combate, se quedó en órbita estacionaria alrededor del planeta, situándose en su hemisferio noreste. La nave era una inmensa mole de metal rectangular con su morro conformado por una parte hexagonal seccionada de forma vertical, y en la que se hallaba la sala de mandos. De color azul oscuro, medía 255 metros de longitud por 50 de alto y 40 de ancho en su parte más estrecha, que era la parte inferior. La superior era de unos 80 metros. En el costado, por ambos lados, tenía unas letras de color rojo intenso en los que se leía CNAT. Era la N.A.I (nave de apoyo interestelar) Zafiro. Los potentes propulsores de la parte trasera comenzaron a apagarse, desvaneciéndose el fulgor de las llamas azules fosforescente emitidas por las cantidades exiguas de hidrógeno usadas para proporcionar la acumulación de energía necesaria para causar la explosión que permitiría a la nave viajar a velocidades superiores a la de la luz. Con los propulsores principales apagados, la nave se fue estabilizando gracias a los propulsores auxiliares o estabilizadores, que la dejaron perfectamente anclada. De repente, justo detrás de la nave, comenzaron a aparecer más.
Todas ellas eran muy similares, pero con pequeñas diferencias. Algunas eran el doble de grandes que la Zafiro mientras que otras, la mitad de pequeñas. Tenían colores que iban del naranja más cobrizo al negro más profundo, aunque la mayoría eran de color gris mate. Varias poseían extrañas torres o extensiones en la zona superior y varias, tenían adheridas inmensos cilindros a los laterales. De ellas emanaba un resplandor amarillo muy claro. Aparecían de súbito, en apenas un leve parpadeo, cientos de ellas se encontraban diseminadas por el lugar. Una inmensa nave de 900 metros de eslora con la punta en forma triangular y de color verde oscuro surgió justo al lado de la Zafiro, desestabilizándola en el proceso y obligando a sus ocupantes a activar con rapidez los propulsores auxiliares para conseguir enderezarla.
—Aquí N.L.I (nave lanzadera interestelar) Gargantua a N.A.I Zafiro, ¿estáis bien?— preguntó una voz masculina que resonó por toda la sala de mandos de la Zafiro.
—Gargantua, aquí capitán Sergei Ivanovich de la Zafiro —dijo un hombre con marcado acento ruso-. Sí, estamos bien. Hemos logrado estabilizar la nave.
—Menos mal, si las coordenadas de posición hubiesen marcado nuestra nave más cerca, ahora estaríais dando vueltas sobre vuestro eje mientras caéis hacia el planeta.
—Si, ha sido una suerte —comentó consternado el capitán de la nave.
La sala de mandos de la Zafiro estaba dividida en una escalinata de tres niveles. Tres plataformas colocadas una sobre otra, separadas por una altura de apenas 5 metros. El primer nivel, conformado por una hilera de ordenadores a un lado y a otro de la habitación, tenía en su centro una mesa circular. No había más que un cristal transparente, en el cual se proyectaban toda clase de imágenes holográficas. Era la zona de comunicaciones. El segundo nivel, era la sala del capitán, donde este se acomodaba para coordinar todos los sistemas de la nave y que estos estuvieran en perfecto funcionamiento, dar órdenes sobre las siguientes acciones que tomarían y tenía una perfecta panorámica de todo lo que acontecía. Poseía un grupo de asistentes acompañándole en todo momento para mantenerle informado de todo lo que ocurriese. En el tercer nivel, se hallaba la cabina de pilotaje, una amplia área, en donde tres pilotos para dirigir la nave con sus controles, ya fuera para defender, atacar o simplemente moverla. Todo ello bajo las estrictas órdenes del capitán.
Desde su asiento, Ivanovich observaba el inevitable escenario, ahora no más que espacio vacío, pero muy pronto, una gran batalla tendría lugar. Sergei Ivanovich era descendiente de una larga generación de capitanes de navíos militares. Su tatarabuelo fue almirante del ejército ruso y dirigió uno de los buques de guerra más poderosos de toda la flota, el BFR Stalin. Desde ese entonces, varios fueron los miembros de la familia que sirvieron en las fuerzas armadas, concretamente, en la marina. Ahora, Sergei continuaba esta tradición aunque ya no surcaba el amplio mar, sino que ahora cruzaba el infinito espacio. A sus sesenta años, ya había dirigido tres naves en esta temible guerra, pero era la Zafiro por la que sentía más orgullo. Una poderosa nave de última generación, fabricada para la lucha contra el enemigo, y aunque su función sería solo de apoyo, tendría que luchar para prevalecer. Estaba tranquilo y sereno, a pesar de lo ocurrido, nada parecía perturbarle. En ese mismo instante, alguien le hizo girar su cabeza.
A su lado tenía a la suboficial Amanda Guerra. Una joven que acababa de embarcarse, pero ya había sido ascendida gracias a sus habilidades y su gran temperamento, algo que no cuadraba con su aspecto. Ni alta ni baja, con la piel clara, tenía los ojos color verde claro y el pelo rubio, peinado con parte del flequillo cubriendo la parte derecha de su rostro, haciendo que su cabello pareciese ondularse del mismo modo que una ola justo antes de romper contra la orilla de una playa. Iba vestida con un traje color blanco, compuesto de una chaqueta y unos pantalones de fibra artificial. Estaba relajada, con los brazos por detrás de su cuerpo, observando el incipiente campo de batalla. Al capitán de la nave no le molestaba tenerla cerca, siempre venía bien tener a alguien a mano para que informara de una orden o tomase nota de alguna decisión. Lo que pasaba es que Ivanovich, no se fiaba de los nuevos tripulantes. Siempre con buenas intenciones, deseosos de dar lo mejor, pero acababan metiendo la pata y costando la misión a todos. Después de dirigir tres naves, sabía lo que le convenía.
Amanda esperaba impaciente que empezara todo. No tenía ni idea de la escala del conflicto pero era evidente que sería descomunal. Sirvió tan solo en 2 naves, siendo ascendida por su excelente, pero hasta ahora no había participado en ninguna batalla. Por eso estaba nerviosa.
Miró hacia toda la sala, con el capitán de la nave acomodado en su asiento, con sus asistentes de un lado para otro o en mesas recibiendo informes sobre el posible movimiento enemigo. Y entre ese grupo de gente estaba su compañero y amigo Ekagrah Patel. Un hombre de su misma edad, que al igual que ella, había servido en las mismas naves y compartido las mismas experiencias. Y ahora estaban a punto de embarcarse en la misma pesadilla. Sus ojos verde claro se posaron en el muchacho de piel tan oscura como el chocolate y pelo corto algo alborotado. Este nada más verla, le otorgó una amplia sonrisa. Tenía una tableta electrónica en sus manos y tecleaba sin cesar cosas. A Amanda le reconfortó esa sonrisa. Le tenía un cariño muy especial a Patel, y no es que estuviera enamorada, solo era su amigo más íntimo. Como fuera, verlo por allí era algo que la tranquilizaba. Pero esa calma, solo camuflaba lo que estaba por venir.
Una gran cantidad de alarmas comenzaron a sonar de manera estridente. Luces rojas parpadeaban de forma chocante mientras el personal de a bordo corría de un lado para otro de forma alarmada. Muchos nerviosos ante lo que iba ocurrir. Los sensores de radiación bailoteaban incesantemente. Los radares detectaban varios objetivos.
—¡Altos niveles de radiación aumentando! —gritó un técnico apostado en su ordenador.
—Detectados 117 cuerpos. ¡Y vienen más! —espetó otro.
Pegado a su asiento, Ivanovich vio todo el espectáculo. Apretó sus manos contra los reposabrazos de duro plástico. Amanda se puso tensa y Patel abrió sus ojos en una expresión de sorpresa y horror. Un poderoso destello de color blanco cegó a todos. A esto siguió la apertura de un portal dimensional que se abrió como un agujero desorbitado. Chispas color blancas chisporroteaban por todas partes junto con mortecinos rayos que se extendían como tentáculos. Todo a kilómetros de distancias de ellos pero como un pantagruélico espectáculo que los dejó mudos. Del portal, surgió una flota de naves. Eran cientos, de colores dorados, muchas redondeadas, otras más largas pero con zonas esféricas. Las naves se alinearon del mismo modo que las humanas y allí se quedaron detenidas. Era la flota de la Casta Eterna.
Nadie dijo nada. Solo miraban petrificados la gran flota desplegada ante sus ojos. Ninguno podía expresar la iracunda incertidumbre que planeaba en el ambiente. Tenían miedo. Miedo ante lo que veían.
—N.D.I (nave destructor interestelar) Soberano a N.A.I Zafiro, ¿me reciben? —preguntó una voz femenina por el transmisor- ¿Me reciben?
El tono de la voz sonaba inquisitivo. Ivanovich logró responder, aun a pesar de estar catatónico.
—Aquí capitán Ivanovich de la N.A.I Zafiro, Almirante Ortega, ¿Qué desea? —El capitán aún estaba algo atemorizado. Jamás había visto una flota como esta.1
—La maniobra va a iniciarse. Los destructores se moverán hacia el este, y las naves de apoyo nos cubriréis. Vosotros os apostaréis en el flanco de la Conquistador. ¿Recibido?
—Recibido —contestó el capitán.
Sin tiempo que perder, Ivanovich dio las órdenes. La Zafiro enfilaría hasta la Conquistador y se colocaría en su flanco derecho para protegerla de posibles ataques enemigos. De ese modo, se activaron los propulsores principales y de un pequeño impulso, la nave enfiló hasta colocarse en la posición asignada. Pasó por delante de la Gargantua, una bestia de color verde oscuro cuyas compuertas se estaban abriendo para permitir a la miríada de pequeños cazas de combate, en su mayoría clase Cernícalo, salir al exterior, listos para destrozar a lo que se pusiera por delante. La Zafiro bordeó a la Gargantua y, acompañada por otras naves de apoyo, se dirigió hacia los destructores, de mayor tamaño.
La Conquistador era un descomunal contenedor rectangular color naranja. A cada lado de esta, dos estructuras cilíndricas mostraban los descomunales cañones fotovoltaicos que eran las principales armas de la nave. La Zafiro avanzó, y en apenas unos minutos se colocó en el flanco derecho de la Conquistador, aunque algo alejada, eso sí, de los inmensos cañones de esta. La energía liberada podía desestabilizar los sistemas de la nave e incluso dañar algunos de sus componentes.
—N.A.I Zafiro a N.D.I Conquistador, os cubrimos la retaguardia derecha —dijo Ivanovich.
—Recibido Zafiro —contestó la Conquistador.
Cuatro naves de apoyo, dos a cada lado, bordeaban la Conquistador. Su misión sería proteger al destructor mientras este descargaba toda su artillería sobre el enemigo. Ivanovich observaba cada maniobra de su flota con precisión milimétrica. Todo tenía que salir tal como estaba dispuesto. Mientras los destructores viraban al oeste, los cruceros, escudados por flotas de cazas de combate procedentes de las lanzaderas, embestían de frente al enemigo. Todo ello, cubiertas por los destructores, cuya artillería despedazaría la flota enemiga. Y las naves de apoyo, fragatas, los protegerían de ataques enemigos. Estaban listos. Solo tenían que recibir la orden.

—Preparados para el ataque —dijo la almirante Ortega a través del intercomunicador, no solo a la Zafiro, sino a toda la flota. ¡Atacad!
Era raro que la flota Inmortal no reaccionara. A Ivanovich le parecía extraño, le inquietaba el solo pensar cuál sería la estrategia de ataque de esos seres. Pero poco importaba ya. En un abrir y cerrar de ojos, la flota entera ya estaba desplegada y las maniobras de ataque empezaron. Los cañones de la Conquistador se accionaron y el destructor descargó todo su poder a través de ellos, atacando una nave circular con dos arcos desplegados en sus laterales. Dos inmensas columnas de energía pura de color amarillo surgieron de los cañones directos a por la nave. Desde su posición, la tripulación de la Zafiro vio la potente descarga. Amanda quedó impactada, mientras que el capitán Ivanovich observaba estoico. En unos segundos, las dos masas de energía pura impactaron contra la nave y por un instante, el desconcierto reinó. Cuando las nubes de energía remanente se despejaron, el resultado del ataque se mostró. La nave seguía intacta. Todos en el puente quedaron estupefactos. Amanda sintió la mano de Patel apretándole su hombro. Se estremeció y luego le miró. Ninguno parecía contento con lo que vio
—¡Calmaos todos! —ordenó Ivanovich. El alboroto se fue apagando—. Nachalsa boy.
Cuando el capitán Ivanovich decía algo en ruso, o bien algo iba mal, o simplemente lo hacía para enfatizar lo que veía. En este caso, que la batalla acababa de comenzar.
No tardó en tornarse enseguida violenta. Mientras los destructores descargaban toda su artillería sobre el enemigo, los cruceros avanzaban directos hacia ellos, escudados por flotas de pequeñas naves de combate que parecían pequeños enjambres al lado, del resto de la flota. Sus cañones, menos potentes pero certeros, disparaban contra las naves enemigas, tratando de destruirlas pero todas ellas repelían los disparos gracias a los escudo que las protegían. Las naves humanas también contaban con escudos pero menos potentes. En lo único en que podían confiar era en que el ataque fuera lo bastante rápido para dañar al enemigo. Si este atacaba, estarían perdidos.
Amanda observaba impertérrita la batalla. La flota de los Inmortales apenas reaccionaba. Ni un solo atisbo de movimiento que le llevaba a preguntarse porque no atacaban. En el centro de la flota, vio un inmenso disco plateado debajo del cual discurría un cilindro. Se trataba de Polifemo, infame destructor de mundos, cuyo rayo azul iridiscente segaba las vidas de inocentes. La Confederación se había puesto como meta destruir esa nave. Y esa era la razón por la que estaban allí. Ensimismada, veía pequeñas naves abalanzándose sobre la superficie de la gran nave enemiga, descargando todo sus proyectiles, revoloteando a su alrededor. Veía los cruceros disparando alineados rayos de colores verdes y azules, lanzando misiles que colisionaban contra su escudo, emitiendo una explosión de color rojo anaranjado que se disipaba al instante para no mostrar ningún golpe. Nada parecía dañar esa nave. Ni tan siquiera los poderosos cañones de los cruceros.

—¡Suboficial Guerra! —escuchó de repente.
Al girar, vio a Ivanovich recostado en su asiento, mirándola con algo de impaciencia.
—Vaya al nivel superior y tráigame los datos de esa maldita nave —señaló a la Polifemo.
—Si señor —contestó enérgica Amanda.
Salió de allí, tras recibir una mirada de preocupación de Patel y ascendió a la sala de comunicaciones. Arriba todo era un caos. Los técnicos pegados a sus ordenadores recibían comunicaciones del resto de la flota y buscaban capturar las transcripciones enemigas. En la mesa holográfica, estaba proyectada la imagen de Polifemo, tan ominosa como intimidante. Amanda le dio un leve vistazo y recogió los datos. Volvió con el capitán Ivanovich y le entregó lo que le había pedido.
—Aquí tiene, capitán.
—Gracias —dijo él.
Estaba calmado. En toda la confrontación no había perdido la paciencia. Veía lo que veía, y aun así no temblaba. Era un hombre de un gran temple y lo que se decía de él era cierto, tenía unos nervios de acero. Amanda miró a Patel, enfrascado en sus asuntos. Este le sonrió nada más verla, y eso, la llenó de una gran alegría. En ese mismo instante, la nave tembló. Una sacudida breve, pero intensa, que puso a todos en guardia. Hasta al capitán Ivanovich.
-—¿Qué ha ocurrido? —preguntó nerviosa Amanda.
Miró a Patel, pero en él solo encontró una expresión de desconcierto.
—Han atacado el destructor Aurora —indicó uno de los técnicos.
En la pantalla de fino cristal justo en frente de Ivanovich, se podía ver la Aurora. Fuego surgía del interior de un inmenso agujero que se había abierto en su costado derecho. Era tan grande que amenazaba con romperla por la mitad. Todos quedaron atónitos. Ivanovich apenas cambió el semblante de su cara. Era inevitable. Los Inmortales no se quedarían quietos por mucho más tiempo. Tenían que atacar. Y la flota humana debía de ser contundente en su respuesta si no quería que el resto de naves siguiera el destino de la Aurora. En ese mismo instante, sonó una alarma.
—Señor, nave enemiga acercándose por el flanco derecho, a 30 grados de la Conquistador —gritó uno de los suboficiales.
En la pantalla, se vio una nave de color dorado, con dos arcos horizontales surgiendo de cada costado de color azul. La nave iba directa a por la Conquistador, y vio como los arcos se iluminaban.
—Avise a artillería. Que se preparen para atacar —ordenó Ivanovich.
La expresión de su rostro cambio, endureciéndose más. Sergei Ivanovich sabía que lo gordo empezaba ahora. De ellos dependía que la Conquistador siguiera intacta, si es que querían dañar la flota enemiga.3
—¡Vire a 35 grados a estribor! —gritó a la cabina de pilotaje.
La nave se movió a la derecha y con sus propulsores se impulsó hasta colocarse justo enfrente de la nave enemiga. Todos los allí presentes miraban expectantes. Ivanovich sabía que tenían que ser rápidos.
—Señor, todo listo —dijeron desde el módulo de ataque.
—Pues disparen —ordenó totalmente sereno el capitán.
Los lanzamisiles de la Zafiro dispararon tres misiles Vector modelo III. Estos, enriquecidos con uranio empobrecido, tenían en la punta una carga protónica preparada para neutralizar cualquier campo de fuerza hecha para repeler proyectiles. Los tres misiles se lanzaron contra el costado izquierdo. El primero estalló sin hacer ningún daño a la nave, pero neutralizó el escudo. Los otros dos dieron de lleno. Una explosión entre azul y roja iluminó la distancia. Todos gritaron de júbilo. Pero Ivanovich no estaba para celebraciones.
—¡Usad los cañones de artillería! —gritó con fuerza.
Los cañones de la Zafiro eran más pequeños que los de un destructor, pero podían penetrar el blindaje de una nave media de los Inmortales. Sin dudarlo, los cuatro cañones empezaron a descargar toda su furia contra la nave. Bolas de energía pura de color azul impactaban contra la superficie de esta, abriéndose paso hacia el interior. En apenas unos minutos, la nave explotó con un hermoso destello azul verdoso que ilumino aquel aciago campo de batalla. Amanda quedó hipnotizada ante aquella visión. ¿Por qué algo tan horrible, es tan hermoso? Se preguntaba para sus adentros. La nave se disgregó en varios trozos que pasaron a flotar de forma armoniosa por el espacio. Ivanovich sonrió con orgullo. Estaban haciendo su trabajo, y lo estaban haciendo bien
Con la primera nave destruida, todos tenían la seguridad de que una victoria era algo posible. Como si la vida la hubiera atrapado de repente, Amanda no dejaba de admirar la hermosa explosión, cuyos destellos aun brillaban a pesar de ir extinguiéndose poco a poco. Brillaban en los ojos de una Amanda pletórica. Absorta en aquella bella visión, no se percató de que Patel le daba pequeños golpecitos en la espalda.1
—¡Eh, soñadora! Despierta, hay trabajo que hacer. —Amanda le obsequió una dulce sonrisa y volvió al mundo real.
Volvió al trabajo. Había mucho que hacer. En ese mismo instante, justo cuando se preparaba para atender a lo que el capitán Ivanovich le pidiese, la nave volvió a temblar. Una violenta sacudida, tan potente, que Amanda y muchos otros cayeron al suelo.
—¿¡Que cojones ha sido eso?! —gritó Patel alarmado, mientras ayudaba a Amanda a levantarse.2
Todos vieron como el capitán Ivanovich giraba su cabeza hacia la izquierda. Al hacerlo los demás lo vieron con horror. La Conquistador ardía. Un gran agujero había sido abierto en la superficie metálica, como la profunda herida de un animal al que han penetrado en su cuerpo con una lanza. No muy lejos, los restos calcinados de la fragata que iba delante de la Zafiro, flotaban inertes, llevando a muchos a preguntarse si su tripulación tendría tiempo de escapar.2
—¡Dios mío! —exclamó petrificada Amanda —¿Qué ha podido hacer esto?
Su respuesta llegó enseguida. Alguien reaccionó y señaló a la Polifemo. Sobre la nave Inmortal brillaban 6 estridentes luces, repartidas a lo largo de la circunferencia que conformaban la nave, que de forma repentina comenzaron a elevarse como perfectas líneas rectas inclinadas en ángulos de 45 grados, concentrándose todas en el centro. De repente, una inmensa esfera perfecta de energía pura de color azulado flotaba sobre esta. En un abrir y cerrar de ojos, la esfera fue lanzada contra la maltrecha Conquistador.
—¡Der'mo! —maldijo Ivanovich en ruso.
La explosión cegó todo lo que se hallaba cerca de su radio. Fue como el estallido de una estrella, una enana blanca por lo menos. La Conquistador fue literalmente partida por la mitad y cualquier nave cerca de ella fue lanzada a decenas de kilómetros de distancia por la onda expansiva. La Zafiro se tambaleaba como una lámpara colgada del techo de un tren. Todos los de dentro eran lanzados de un lado para otro, golpeándose contra techo, suelo y paredes. Aquellos más rápidos se aferraban de donde podían pero los que no corrían con tanta suerte, eran lanzados contra todo lo que encontraban.
—¡Accionen los propulsores de estabilización! —ordenó un desesperado Ivanovich.
Los propulsores de estabilización, ocultos en los costados de la nave, aparecieron. Chorros de intenso fuego azulado salieron disparados como el aliento de un dragón. Hizo falta un gran gasto de energía para lograr estabilizarla. Una fuertísima resistencia para lograr contrarrestar la fuerza que de no haberse detenido, los habría empujado directos hacia el planeta. De hecho, estaban muy cerca de él. Estabilizados, la tripulación se puso en pie. Ivanovich estaba sujeto por cinturones de seguridad, así que no tuvo que lamentar ninguna herida pero no se podía decir lo mismo del resto. Muchos tenían fracturas en sus huesos, otros se habían abierto brechas. La mayoría estaban magullados y con contusiones. Amanda, tras el primer impulso que la lanzó contra los paneles de información de la nave, logró aferrarse a una de las sillas fijadas al suelo pero aun así, sentía todo su cuerpo retorcerse de dolor por culpa de los zarandeos que había padecido. Se levantó con algo de dificultad, apoyándose en el asiento que había hecho de salvavidas. Miró a su alrededor, donde solo veía más que a compañeros mal heridos. Patel estaba en el suelo con una grave herida en la cabeza de la que manaba sangre.
Se colocó a su lado y con esfuerzo, logró levantarlo. El muchacho gimió. Al menos estaba consciente. Desesperada, cargó con su compañero y salieron a los pasillos para ir a la sala de enfermería, aunque Amanda tenía la sensación de que esta estaría ahora repleta de heridos. Mientras tanto, Ivanovich se levantó de su asiento y comenzó a ayudar a muchos de los caídos. Era lo menos que podía hacer pero enseguida el estado de la nave le obligó a aparcar esto.
—¿Cuál es el estado de la nave? —preguntó preocupado a los pilotos que se hallaban en el nivel inferior.
—Los sistemas están, fritos señor, tendremos que reconfigurarlos —dijo nervioso uno de los pilotos.
—¿Cuánto tardarán? —volvió a preguntar sin mucho afán.
—15 minutos.
Ivanovich estaba preocupado. Tardarían algo de tiempo y en esos instantes, serían vulnerables a cualquier otra nave enemiga. Para colmo, no podían contactar con el resto de la flota para que les enviasen ayuda. Tan solo podían rezar para que los sistemas estuvieran listos antes de que el enemigo atacara.
Amanda llevó a Patel por los pasillos y llegó a enfermería. Tal como predijo, ya estaba abarrotada de heridos pero logró entrar y hacerse con uno de los botiquines. Un maletín rojo con franjas amarillas, de cuyo interior extrajo un aerosol y un apósito con solución curativa.

—Tranquilo, te vas a poner bien —le dijo a Patel con voz tranquilizadora.
Roció la herida con aerosol que le escoció a al hombre por la mueca de dolor que ponía y le colocó el parche, que se adhirió como una segunda piel. Tras esto, Patel perdió el conocimiento momentáneamente. Se quedó descansando y eso a Amanda, le reconfortó.
Nadie vio la nave de ataque intermedio de los Inmortales acercándose a la Zafiro. Alargada, con ambos extremos con forma semicircular y dos arcos adheridos a cada costado, era del mismo tamaño que la fragata de la Confederación. Los radares la habrían interceptado. Las cámaras habrían captado su presencia. Pero con todos los sistemas caídos, ahora era invisible. Sus arcos comenzaron a iluminarse con un color azul resplandeciente. Parpadeaban, hasta que tras el último parpadeo, dispararon dos semidiscos que como un bumerán, describieron un arco perpendicular, hasta impactar contra la Zafiro.
Para cuando se hizo visible a los ojos de Ivanovich, ya era tarde. El disparo se produjo y la nave volvió a temblar. Comenzó un proceso de desestabilización, provocado por la pérdida de energía y la descomprensión. La gravedad poco a poco iría debilitándose, y sin energía, la nave quedaría a la deriva hasta que la fuerza graviatoria de Zeta-Gamma 105 la atrajese, como si la estuviera reclamando para ella. Para colmo, la explosión había dañado el motor, quien ahora amenazaba con estallar, provocando la implosión de la nave. Ivanovich no iba a permitirlo. Sin dudarlo, dio orden a todo el personal de la sala de mando que fuera a las esclusas de emergencia y que se llevaran a los que encontrasen por el camino. Muchos le preguntaron que por qué él no les acompañaba, a lo que contestó con una frase ya muy típica de los oficiales de marina

—Un capitán nunca abandona su nave.
Todos comenzaron la huida.
Amanda y Patel vieron la miríada de gente corriendo y sin dudarlo, se pusieron en marcha. Al estar su amigo inconsciente, Amanda se vio obligada a llevarlo a cuestas, recorriendo todos los pasillos. Uno estaba cortado. Al llegar a la primera sala, vio que todas las esclusas ya no estaban. Desesperada, fue por otro pasillo para ir a la segunda sala, pero este estaba bloqueado. El techo se derrumbó y el incandescente fuego refulgía con furia. Amanda retrocedió y bordeando por unas salidas de emergencia, consiguió sortearlo. A esas alturas, la nave temblaba por culpa de las detonaciones internas causadas por el maltrecho motor. Todo amenazaba con desestabilizarse y para Amanda, cada vez más débil y cansada, esos temblores no eran más que una señal del horrible final que tendrían ella y Patel si se quedaban. Vio a varias personas delante de ellos y un hombre se paró para ayudarla. Entraron en la sala y afortunadamente, aún quedaban cuatro capsulas. El hombre ayudó a Amanda para meter a Patel dentro de esta, y ella le dio un beso en la mejilla como agradecimiento. Después se metió dentro y amarró a al muchacho a los cinturones de sujeción. Ella también se ató y accionó el botón. La capsula, junto a las otras cuatro, fueron eyectadas fuera de la nave. Mientras se alejaban, podía ver la Zafiro, aquella preciosa nave azul, envuelta en llamas. Sintió un pinzamiento en su corazón. Sabía que jamás volvería a verla.

Mientras tanto, en la Zafiro, llegaban los últimos momentos previos al desastre final. Sentado en su sillón, observaba a la nave de ataque tamaño intermedio de los Inmortales. Bebía de una copa un poco de coñac. La botella perteneció a su tatarabuelo, el capitán del buque de guerra BFR Stalin. Solo se abrió para la celebración de apertura del barco, sirviéndose únicamente dos copas de ese coñac. Desde entonces, había permanecido cerrada. Fue una herencia que pasó de padres a hijos, siempre guardándose como un valioso recuerdo del pasado naval de la familia. Nunca hubo ningún momento demasiado importante para abrirla pero en esos críticos momentos, parecía la mejor idea. Bebió un sorbo mientras observaba la nave. Estaba tranquilo, sereno. Podría haber huido con el resto, pero que clase de imagen daría. De un cobarde. Él no era eso. Era un capitán, como su tatarabuelo. Si eso suponía hundirse con su nave en la inmensidad del cosmos, no dudaría en hacerlo. Bebió otro sorbo de la cargada bebida y volvió a mirar hacia la nave. Los arcos brillaban. Pensó en una última frase memorable para decir en ruso. No se le ocurría nada. Los discos relucientes de color azul claro impactaron contra la nave. Ivanovich sintió el golpe de calor envolviendo todo su cuerpo. La N.A.I Zafiro estalló en mil pedazos como una inmensa bola de fuego. 

y asta ac´´a vamos por hoi.no se olviden de dejar su comentario

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1. Introducción al universo.

Año 2665. La raza humana por fin había logrado cumplir su sueño: ha conquistado el espacio. Fueron largos años de duros esfuerzos y sacrificios, con la perdida de incontables vidas, pero aun así, el ansiado viaje a las estrellas se había producido.
Todo comenzó a principios del Siglo XXII, después de una terrible Tercera Guerra Mundial que había dejado abnegada a toda la raza humana. En esa situación, las naciones más poderosas del planeta llegaron a la conclusión definitiva de que no podían seguir destruyéndose las unas a las otras, ya que eso solo propiciaría el camino para la inevitable extinción de la raza humana. De este modo, Estados Unidos, La Unión Europea, La Alianza Roja (formada por China y Rusia), La Liga de Repúblicas Federales de África, el Sindicato de Oceanía y la Unión Sudamericana firmaron un tratado de paz que ponía fin a todos los conflictos existentes y se conformó un nuevo gobierno unitario a nivel global, encargado de velar por mantener el orden entre los diferentes países del mundo y evitar posibles nuevos enfrentamientos. A este nuevo orden se le denominó La Coalición de Naciones Aliadas de la Tierra o CNAT, más comúnmente llamada la Coalición.140
En el transcurso de los años, la CNAT puso en marcha diversos proyectos para sustentar a una población afectada por la pobreza, el hambre, las enfermedades y los conflictos internos. Se reorganizaron los estamentos sociales para que no existieran diferencias entre la población. Se buscó una nueva forma de aprovechar los recursos sin generar tantos residuos, ya fuera por medio del reciclaje o el uso de combustibles menos contaminantes. Y como no, con la expansión por el espacio. La Tierra era un planeta prácticamente deteriorado, con la mayor parte de sus ecosistemas destruidos y su atmósfera gravemente contaminada, incapaz de cobijar a una raza humana que aumentaba de nuevo en población de forma exponencial.
Así es como se empezaron a colonizar los planetas más cercanos a la Tierra, los del Sistema Solar. Marte, el planeta rojo, fue el primero y en él se establecieron alrededor de 70 colonias, de pequeños pueblos a inmensas urbes, que obligaron a la terraformación del planeta para permitir la habitabilidad de este a más personas. En menos de 175 años, Marte se convirtió en un mundo tan poblado como la Tierra. Otros puntos de colonización perfectos fueron Titán, la luna de Júpiter y Europa, uno de los satélites de Saturno. También se establecieron en los propios Júpiter y Saturno, además de en Neptuno, Mercurio o Venus, aunque eran más estaciones de investigación o unidades extractoras de materias primas como gases o minerales. Ninguno de ellos poseía las condiciones necesarias para ser habitado por el ser humano. Esto fue lo que llevó a pensar en la posibilidad de explorar nuevos horizontes más allá de nuestro sistema. Adentrarse en otros mundos, llegar hasta los confines de la galaxia. Pero había un problema. Las distancias que separan a nuestro sistema Solar de otros son muy altas. El más cercano, Alpha Centauri, está a 4,37 años luz, eso son 41,3 billones de kilómetros. Harían falta cientos de años para lograr llegar a este. En un principio, el viaje interestelar parecía poco probable.

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Dioses del Espacio. (La Guerra Interestelar. parte 1

hola a todos, uniéndome a este pequeño blog del dragon paso a compartirles otra historia muy buena que se yama Dioses del Espacio. (La Guerra Interestelar en su primera parte ya que son 2 libros. según el autor tendremos mas libros pero asta aora solo tenemos 2, esperamos que les guste y dejen sus comentarios.
sinopsis. En un futuro lejano, la humanidad conseguirá conquistar el espacio. Una vez allí se enfrentará a un terrible peligro. La Xeno- Alianza, un pacto entre tres razas alienigenas, ha comenzado a atacar a nuestra especie. Visionados como las encarnaciones de antiguos dioses, dan inicio a un gran conflicto conocido como La Guerra Interestelar, que lleva teniendo lugar desde hace 50 años.

Pero todo cambiará. En un frío y recóndito planeta, Ezekiel Ralston, un joven soldado humano, descubrirá una enigmática pieza de un intrincado misterio oculto desde hace eones, que podría sentenciar el destino, no solo de la humanidad y la Xeno- Alianza, sino del universo entero.

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