3 de Febrero de 2663. Sistema Solar. Planeta Tierra. 11:30 (hora terrestre).
— Y tú, ¿Por qué quieres alistarte en las Fuerzas Armadas de la Confederación? —fue la pregunta que el reclutador militar hizo a Ezekiel Ralston.
El muchacho de dieciocho años recién cumplidos se encogió de hombros. Lo cierto, es que no tenía ni idea. ¿Por defender la Tierra, la Confederación y a su familia?, ¿Por buscar aventuras y riesgos excitantes? ¿Viajar y descubrir nuevos e increíbles mundos? No era la verdad. Ninguna de esas eran las razones por las que quería alistarse. Él lo hacía para ayudar a su familia. Sabía lo que pagaban a las familias de los jóvenes que se alistaban en el ejército. Una buena suma por permitir que sus vástagos fueran a la guerra. Era de consciente de que su padre no estaba de acuerdo con esta decisión. Que se enfurecería si se enteraba de lo que había hecho. Pero no tenía más remedio. Era su decisión y la iba a tomar.
Miró fijamente a aquel hombre sentado delante que le doblaba la edad. Su rostro mostraba la veteranía del que lleva luchando desde hace muchos años. Era de complexión fuerte, de brazos recios, tronco ancho y piernas musculosas. Tenía toda la pinta de haber matado a un buen número de enemigos. Y seguramente se enorgullecería de ello. Lo miraba fijamente con ojos expectantes, esperando que dijese sus motivos. Y Ezekiel se percató de que sus motivos para alistarse apenas tendrían relevancia para el reclutador. Las razones poco importaban. Aquel tipo había vivido mucho tiempo en la guerra y sabia la clase de mierda en la que se metían. Que podrían morir. Así que saber que motivaba a un joven muchacho a meterse en aquel profundo pozo era nimio. Fue algo de lo que se percató sin más, y eso, le produjo malestar. Por ello, decidió ser franco.
— Quiero ayudar a mi familia —dijo con decisión. La expresión en el rostro del hombre cambió—. Somos pobres. Necesitamos dinero y creo que esa paga que dan por reclutarse no vendría mal.
El tipo le sonrió. Notó cierta cercanía entre ambos al verlo reaccionar de ese modo.
— Por fin alguien franco —comentó mientras tecleaba en el ordenador—. Pensaba que solo serías como el resto de capullos, que solo quieren masacrar aliens. Ya era hora de que viese a alguno sincero.
Tras finalizar, el tipo, un oficial militar llamado Adam Skinner, le dio la bienvenida a las Fuerzas Armadas de la Confederación y le preguntó en qué división deseaba servir. No le hizo falta demasiado tiempo para dar una respuesta.
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 13:04 (hora terrestre).
Ezekiel Ralston nació en la Tierra. En aquel entonces, el planeta de origen de la raza humana no se encontraba tan superpoblado como en siglos anteriores, ya que eran muchos los que dejaban su mundo de origen para viajar a otros planetas en busca de prosperidad. El nació, no obstante, en una de las ciudades más superpobladas.
Con más de 4'5 millones de habitantes, Zanzíbar, es la cuarta ciudad más poblada de La Liga de Republicas Federales de África. Establecida en Tanzania, este lugar se masificó cuando en el año 2456 la compañía Industrias Geo-Tech estableció las fábricas encargadas de construir los chasis de las naves. Su familia era de clase media baja. El padre era un ingeniero que supervisaba la construcción de robots exploradores en una fábrica, aunque no los construía, solo se encargaba del mantenimiento de los brazos mecánicos que ensamblaban cada pieza del robot. La madre trabajaba en un supermercado perteneciente a una importante cadena. De niño, Zeke, como le solían llamar, correteaba por las calles con su amigo Kyle Sandler y otros muchachos, para ir a jugar a los callejones y descampados. La ciudad era muy grande y ellos se encontraban en un vecindario de la periferia, lo cual les obligaba a andar con cuidado con la delincuencia que allí había.
A pesar de todo, la infancia y adolescencia para Ezekiel fue buena. No vivían de lujo pero tenían un techo bajo el que dormir, ropa buena y comida caliente. Pero el chico quería salir de la Tierra. Su mayor deseo era viajar a las estrellas, conocer mundos extraños y sorprendentes y encontrarse con seres alienígenas. Conocía cada detalle de la Guerra Interestelar y lo cierto es que no deseaba para nada servir en el ejército, sino que quería estudiar algo relacionado con astronomía o biología o cualquier carrera que le permitiera trabajar fuera. Pero las circunstancias cambiaron.
Su madre fue despedida del trabajo, su padre vio como cerraba la fábrica en donde siempre trabajó. Ezekiel solo tenía una hermana que estaba estudiando en el instituto, demasiado joven para trabajar. Él buscó trabajo en diferentes sitios, al igual que sus padres pero no hallaron nada. Sobrevivían con una pequeña paga que les entregaba el gobierno pero solo para unos meses. Su situación era desesperada. Su padre quería irse de allí, viajar a alguna colonia fuera del Sistema Solar, pero no tenían suficiente dinero para pagar un viaje interestelar y menos, para pagar una vivienda en otro planeta. Estaban desesperados, y fue esa situación lo que llevó a Ezekiel a tomar la decisión de alistarse en la Infantería Básica. La reacción desencadenada en su padre al contarles durante la cena lo que había hecho no le sorprendió lo más mínimo. Culpó a los videojuegos, los grupos de rock, las películas de acción. Busco toda clase de cabezas de turco para increpar la actuación de su hijo. Pero él tenía bien claro cuál era la razón. Ayudarles. Sabía de la pensión, y de lo beneficiosa que podía llegar a ser para ellos, así que no lo dudó. A pesar de ello, su familia no quedó muy contenta con la decisión.
Pensaba en esas cosas mientras avanzaba por el bosque helado de Midgard. Los árboles se erigían todopoderosos, empequeñeciendo a cualquiera que hubiese a su lado. Copos de nieve caían alrededor, de forma elegante y placida, depositándose en el blanco suelo. Todo tenía una imagen etérea y tranquila, pero solo era un espejismo. Ezekiel sabía que aquel lugar muy pronto se convertiría en un infierno de explosiones, disparos y muerte. La batalla estaba a punto de comenzar y eso, le atemorizaba.
Miró a su alrededor y vio al resto de sus compañeros. Kyle Sandler andaba a grandes zancadas para sortear mejor la profunda nieve sobre la que avanzaba. A diferencia de él, Kyle se había alistado en la Infantería Básica por simple promesa de acción y aventuras. Esa idea le venía seduciendo desde que era un niño. Desde que su hermano mayor, Aaron, se alistó para combatir. Ahora era sargento mayor. El padre de Kyle también sirvió, pero resultó gravemente herido, perdiendo una pierna y teniendo que retirarse del servicio activo. De algún modo, la carrera militar ya venía de familia. Y otra cosa que eran propia de los Sandler, ser mujeriegos empedernidos.
—¡Nena, con este frio tu y yo podríamos dormir juntitos! —dijo indiscreto como siempre a una soldado que iba por delante—. ¡Así nos daríamos calorcito!
Evidentemente, la joven recluta no se tomó aquello muy bien y con su tercer dedo (comúnmente llamado "cordial") bien estirado, le dejó bien claro a Sandler su opinión.4
— ¡Joder! ¿es que en este planetoide todas las tías son unas estrechas? —Se quedó mirando desconcertado a Ezekiel.
—Si fueses un caballero y no te comportaras como un pervertido, a lo mejor, te trataban de forma más cordial —contestó Ezekiel intentando reprimir una carcajada.
—Vaya, y lo dice el perfecto Don Juan —profirió Sandler con tono irónico.
Los dos amigos se echaron a reír. Aun así, se sentía algo mal. El tiempo aquí era terrible. A pesar del traje de fibra aislante, el recio abrigo de lino sintético y los pantalones del mismo material, junto con la cobertura protectora que cubría pecho y piernas, y que servía para protegerlo de quemaduras o laceraciones, Ezekiel notaba como el frío le calaba los huesos. Eso, unido a la pesadez de todo el equipamiento que llevaba encima, junto con el abrupto terreno, convertía aquel paseo en un auténtico martirio. Para su sorpresa, Cruz avanzaba firme y sin pausa, como si aquello no fuera más que una usual caminata que uno diese un tranquilo domingo por la tarde. En verdad, aquella chica a la que había conocido en el periodo de instrucción tenía tablas para ser una soldado ejemplar. Su determinación y valor le conferían una mayor fortaleza para poder ascender en la cadena de mando y escalar posiciones. Aunque nunca lo manifestaba, Ezekiel notaba esa decisión en sus ojos. Luchar para llegar lo más lejos que pudiese. Ese no era su sueño, pero aun así, respetaba a Cruz por ello. Incluso la admiraba.
Punto Omega era la segunda de las tres bases establecidas por la Infantería Básica. Las otras, eran Punto Alfa y Punto Beta. Punto Beta se hallaba en el Este, cerca del a costa y Punto Omega se adentraba en los bosques septentrionales. Punto Omega estaba justo en el centro, entre ambas. La Compañía Lobo no tardó en llegar a la base. Ante los ojos de Ezekiel y el resto de los soldados, se erigía una gran base, rodeada de una muralla de láminas de acero de color gris claro impenetrables.
— ¡Compañía Lobo, ya hemos llegado! —dijo con voz grave el capitán Abdul Oliveira.
Los soldados se fueron colocando en dos ordenadas filas para poder entrar. Ezekiel se puso detrás de Kyle. Las puertas de metal, dos grandes hojas de color gris oscuro pegadas herméticamente, se abrieron con un sonido sordo como de presión. Todos ellos comenzaron a entrar sin prisas, aunque los gritos motivadores del capitán Oliveira les obligaban a entrar rápido para no enfurecerlo. Una vez dentro, quedaron impresionados con lo que vieron.
La base se componía por una serie de edificios colocados de modo que conformaban calles entre ellas. En el centro justo, estaba el puesto de operaciones, un edificio rectangular donde el líder de la Compañía Lobo, junto con los oficiales, recibían las órdenes. Al lado, se encontraba un edificio bajo, pero largo, la armería, donde almacenaban todas las armas, munición, explosivos, etc. Detrás del puesto de operaciones, se encontraba el hangar, un edificio, compuesto simplemente de una alambrada cubierta por chapa metálica, donde se almacenaban los vehículos. Varias explanadas en la zona este servían de pista de aterrizaje para las naves de descenso vertical. En cada costado y pegados a las murallas, estaban los barracones, edificios que servían de lugar para el descanso de los soldados. También había un comedor, zona de duchas, una enfermería y varias torres de vigilancia, colocadas al lado de la muralla. Todo aquello se había erigido en un día, aunque gracias a que la mayor parte de los edificios eran prefabricados y de fácil transporte para las naves Cóndor. Tan solo la muralla y el hangar habían requerido de construcción previa, pero aun así, gracias a los robots constructores y a las naves Buitre que transportaban cada pieza, fue fácil.
Ezekiel quedó maravillado ante semejante visión. No fue la primera base militar que visitaba. En su instrucción, viajo a Marte y se entrenó en el Fuerte Bravo, pero aquella tenía un aspecto anquilosado y primitivo. Punta Omega, en cambio, era más moderna y completa, perfectamente equipada para albergar a un buen número de soldados. El capitán Oliveira comenzó a llamar a los soldados de la Compañía Lobo.
—¡Soldados, en formación! —gritó con fuerza.
Todos ellos se colocaron delante del capitán, quien con sus ojos marrones comenzó un escrutinio a la formación para ver si todos los soldados estaban en su lugar y no haciendo otra cosa. Tras revisar la formación, comenzó a hablar.
— Bienvenidos a Punto Omega. Esta será nuestro hogar durante la operación Tormenta de Espadas. Este lugar cuenta con todas las prestaciones necesarias para nuestro sustento. No esperéis encontraros en el hotel Babilonia de Epsilon-IV, pero al menos tenéis una cama donde dormir, un plato de comida caliente y un váter para cagar. —Tomó algo de aire— Ahora, escuchadme atentamente. Cada pelotón de soldados, va a ser llamado por su sargento mayor, por sus nombres y apellidos e ira con él. ¿Entendido?
Todos parecían conformes aunque más les valía estarlo frente a alguien de autoridad como el capitán Oliveira. Tras decir esto, el hombre se apartó y dejo pasar a un grupo de hombres y mujeres, los sargentos de cada pelotón, que empezaron a llamar a los soldados que estaban a su mando. Ezekiel estaba algo nervioso. No dejó de mirar a Kyle, que estaba a su lado. Él había sido su amigo toda su vida y verse separado de él no es que fuese algo malo, pero se sentía algo intimidado si aquél dicharachero no estaba con él. De algún modo, Sandler era su guía particular en aquel mundo.
—Soldado Ralston, Ezekiel —dijo una voz que parecía distante.
Ezekiel no tardó en unirse al grupo de soldados que había allí reunidos. Ese era el pelotón al que iría. Miró a Kyle, que se encontraba expectante de ver cuál sería su destino.
— Soldado Sandler, Kyle —dijo de nuevo la misma voz.
Ambos amigos estrecharon sus manos en un fuerte apretón nada más reunirse.
—¡Parece que no me voy a librar de tu careto ni queriendo! —habló con tono jocoso Kyle, aunque Ezekiel sabía que se lo decía de forma cariñosa.
— Soldado Cruz, Miranda —dijo la voz de nuevo.
Ambos se quedaron muy sorprendidos. Y más cuando vieron venir a la chica de ojos verdes y pelo marrón oscuro alborotado (oculto por su casco) acercándose a ellos.
— Vaya, ahora si estoy contento de que me hayan enviado a este pelotón —dijo Kyle acercándose a Miranda, observándola con ojos lujuriosos.
—Tranquilo Kyle, procuraré dormir con una pistola bajo la almohada cada noche por si intentas acercarte —comentó ella con tono desafiante.
El magnetismo que se generaba entre ambos era evidente. Aunque Ezekiel no sabía si de verdad a Miranda le interesaría alguien como Kyle o solo jugaba con él. Lo cierto es que no la conocía tanto como él deseaba. Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos al aparecer en escena el sargento mayor, una mujer alta y de constitución robusta. Su rostro, brazos y probablemente resto de su cuerpo estaban dibujados con una serie de tatuajes tribales. Estos, de color negro, contrastaban mucho con el color claro de su piel. Los miró con sus profundos ojos azules y todos se quedaron quietos. Realmente, aquella soldado imponía.
— Muy bien —dijo tajante, como queriendo dejar las cosas bien claras—, soy la sargento mayor Evelyn Müller, y a partir de ahora, estaréis bajo mi mando. Espero que me hagáis caso en todo lo que os ordene. No quiero desobediencias, o si no, pasareis muchos días limpiando letrinas, ¿ha quedado claro?
El silencio respondió por los soldados. A todos les había quedado bien claro, quien era el que mandaba aquí. Por ello, la sargento ordeno a sus subordinados que se pusiesen en marcha. Con su mochila a la espalda, Ezekiel, junto con Sandler y Cruz, pusieron rumbo a los barracones.
—Me alegra ver que has llegado a Midgard de una pieza, muchacho —dijo una voz familiar para Ezekiel.
—¡Oficial Skinner! —exclamó sorprendido Ezekiel.
—Mejor llámame sargento, soldado Ralston —dijo este con una sonrisa en su cara.
Ezekiel fue hacia él, y le sorprendió verlo ataviado con un traje de campaña de color blanco, como el suyo, además de un casco. La primera vez que lo conoció, este llevaba un uniforme militar oscuro. Se le veía informal. Ahora, con ese atuendo, resultaba mucho más duro y aguerrido. A eso también ayudaba lo bien en forma que estaba, su cicatriz en la cara cruzando en diagonal y la barba canosa, no demasiado, pero si algo blanca. Para tener cuarenta años, aun imponía respeto.
— ¿Qué hace aquí? —preguntó Ezekiel con sorpresa.
— Bueno, pensé que eso de reclutar a jóvenes por la causa estaba bien, pero al final llegué a la conclusión de que no podía quedarme de brazos cruzados, y más tal como estamos ahora. Por ello, solicite volver al servicio activo y me destinaron aquí, contigo.
—Raro, ¿creía que preferirías quedarte en tu puesto? —pregunto Ralston desconcertado.
— Por supuesto —le contestó Skinner sonriente— .Muchos matarían por estar lejos de la guerra, en un cómodo puesto de funcionario, pero ese no es mi estilo. Además, —Señaló su pierna— yo estaba de baja. Me hirieron en la pierna izquierda.
—¿En serio? —preguntó con sorpresa Ezekiel—. ¿Pero ahora está mejor?
— Si, claro —expresó con tono jovial el sargento—. Me duele un poco, pero ya no es tan grave.
Escuchó un grito. Al girarse, vio a Sandler haciéndole señas.
—Veo que te solicitan. No te haré perder mucho más tiempo entonces —comentó Skinner.
—Me alegro de verle…sargento —dijo Ezekiel algo apesadumbrado. Le costaba llamarlo por su rango.
—Lo mismo digo —contestó este y se despidieron.
Volvió con Sandler.
—¿Quién es el viejo? —preguntó Sandler.
—No es un viejo. Es el tipo que me reclutó, Adam Skinner. —La expresión en su rostro cambió repentinamente—. Sargento Skinner, mejor dicho.
—Ya veo.
Los dos entraron en los barracones. Nada más entrar, vieron pegada a cada pared una larga hilera de literas de un piso. Estas eran urnas de plástico, dentro de las cuales había un cómodo colchón, recubierto con una manta de fibra aislante contra el frío.
—Bueno, no nos dijeron que fuese un hotel 5 estrellas, pero no está mal —sentenció Sandler con su ojo clínico.
Ezekiel se acercó a una de las literas, Iba a dejar las cosas sobre la de abajo, justo cuando Sandler corrió con rapidez y salto a la de arriba, sobresaltando a Ezekiel.
—¡Me pido encima! —dijo gritando como un niño pequeño.
—Joder Kyle, ya te vale —espetó Ezekiel agitado.
—Perdona, pero ya sabes cómo soy. —Aquel tono de voz burlón no le gustaba nada.
En ese mismo instante, la sargento Müller entró. Con las manos cruzadas por la espalda, comenzó a recorrer la estancia. Los soldados se colocaron uno al lado del otro, en posición recta e inerte. Ella fue mirando a cada uno. Carraspeó un poco y comenzó a hablar.
—Muy bien soldados. Estos primeros días os los vais a tomar de descanso. No nos han llegado noticias desde Alfa, pero eso no significa que no haya nada que hacer. Todos debemos de contribuir, así que espero veros trabajando en serio y no holgazaneando —lo dijo muy cerca de Ezekiel.
Sandler le dio un golpecito en el brazo. Iba a decirle algo, pero Müller se giró y se quedó mirando fijamente. Prefirió callarse.
—Revisar armamento, cavar trincheras, reparar vehículos. Actividades muy loables y que contribuirán al mantenimiento de esta base. Así que no seáis remilgados de alta clase y ensuciaos las manos como todos. —Dejó un breve momento de silencio.- ¿Ha quedado claro?
—¡Señor, si señor!- Contestaron todos los soldados al unísono.
—Muy bien, podéis descansar. —Se giró para marcharse pero se detuvo— Y recordad algo. Estáis en la Compañía Lobo, la mejor compañía de soldados de toda Infantería Básica. Espero ver grandes cosas de vosotros, haciendo honor a este cuerpo. Por lo que no lo olvidéis.
Se marchó. Todos comenzaron a desempaquetar sus pertenencias, pero las palabras de la sargento Müller aun resonaban por todo el lugar.
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave "Midgard". 12:59 (hora terrestre).
Punto Alfa era como las otras bases. Excepto porque su puesto de operaciones era mucho más grande y tenía una forma distinta. Se trataba de un disco, cuyo interior se dividía en varias estancias, todas ellas plagadas de ordenadores, dispositivos de comunicación y torres de amplificación sonora que manipulaban informáticos, técnicos de comunicación y otro personal militar. En el centro del edificio, había un despacho circular que era el pequeño santuario de coronel Thomas Maddox. El veterano líder de Infantería Básica se encontraba reunido con dos oficiales de Vanguardia.
—¡Sabe muy bien cuáles fueron las órdenes! —gritó uno de ellos, un chino llamado Kyong.
—¿A qué se refiere? —preguntó Maddox desconcertado.
—No nos venga con tonterías —dijo una mujer de pelo rubio corto llamada Hayter—. Envió un equipo de exploración sin nuestro permiso.
—Vi conveniente enviar una fuerza exploratoria para ver el terreno mejor —trató de justificar el coronel.
—¡De eso nada! —prorrumpió Kyong, ya víctima de una ira incontenible—. Ese lugar no estaba en su zona de aterrizaje. Quienes debían haber ido a ese lugar éramos nosotros.
—Claro, la Vanguardia siempre se ocupa de los asuntos importantes.
—Nosotros lo habríamos hecho mejor e incluso podríamos haber capturado el sitio.
—Por supuesto, vosotros siempre sois los primeros. —Ambos oficiales quedaron en silencio— Y luego os llevareis los reconocimientos, las medallas, los méritos. Todos los premios son para la Vanguardia, la fuerza de élite de la Confederación.
Notaron enseguida el tono de burla de Maddox. Kyong ya iba a saltar, pero Hayter le señaló con la mano que no lo hiciera.
—Explíquese coronel, ¿por qué lo hizo? —preguntó curiosa, aunque algo irritada.
—Por esto.
Una pantalla de cristal muy fino y transparente se ilumino repentinamente. Tras algo de estática una imagen apareció. Ninguno de los oficiales podía creer lo que veían. Era una grabación que mostraba el interior de una cueva. Una perfecta sala bien excavada que no parecía natural. Pero lo más sorprendente era lo que había en primer plano: Un artefacto color negro muy oscuro. De líneas rectas y con una figura triangular en la parte superior, tenía dos arcos unidos por el centro cuyos colores variaban del naranja al azul. Quedaron boquiabiertos.
—Esto lo captó mi equipo de exploración antes de morir —dijo Maddox muy serio—. La francotiradora fue quien lo trajo.
Ninguno sabía que decir. Simplemente se quedaron sin palabras.
—Si vosotros hubieseis intervenido, habríais tardado mucho, y tal vez no encontraríamos nada —dijo con cierto tono acusador—. Por eso envié un equipo. Para traer esta maldita información. Para mostrar a todos porque estamos luchando.— Su voz se volvió más fuerte— Así que decidles a vuestros malditos jefes que nosotros estamos haciendo nuestro trabajo y que la Operación Tormenta de Espadas se está llevando a cabo con éxito
Todos seguían en silencio. Maddox, más amenazante que nunca, se les acercó.
—¡Por este maldito objeto es por lo que he perdido a tres de mis mejores soldados! ¡Por este objeto, la humanidad ha hecho su última apuesta!
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