hola gente como andan todos, bueno continuamos con esta pequeña historia .
Capitulo 1- La Patrulla
16 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4 nombre en clave "Midgard". 09:03 (hora terrestre).
—¡Putas Brigadas! —espetó iracundo Robert Sheen— ¡Debí quedarme en las putas Brigadas! ¡Tal como dijo mi santo padre!
Decía esto cada vez que sus pies se hundían en la frágil nieve. Aquella capa de suelo helado se tragaba su pie cada vez que lo posaba. El sargento mayor de Infantería Básica se desplazaba torpemente, levantando nieve con cada zancada. Los soldados cerca de él lo observaban con cierta gracia pero ninguno prefería reírse. No deseaban enfurecer a su superior. En total, eran cuatro personas perdidas en un fantasmagórico bosque. Los arboles eran grandes e inmensos, muy parecidos a las secuoyas de más de 100 metros de altura que aun podían admirarse en la Tierra. Sus ramas estaban recubiertas por la nieve, amenazando con caer sobre cualquier iluso que pasara debajo de ellas para dejarlo enterrado. El grupo avanzaba disonante. 2 hombres y 2 mujeres en tensión continua. Todo estaba muy silencioso. Una de las mujeres, armada con un rifle de francotirador, iba delante del resto, oteando el paisaje para encontrar cualquier peligro. No era para menos estar en alerta. Se encontraban en Midgard.
Midgard era un pequeño planeta. Más incluso que la Tierra. Los dos únicos continentes que existían estaban situados cerca del Polo Norte, por eso, las temperaturas eran tan bajas y todas las masas de tierra estaban recubiertas de hielo y nieve. De hecho, el planeta se encontraba en una era glacial, que no solo afectaba a los continentes cercanos al Polo Norte, sino a islas y otras masas de tierra repartidas por este. Solo las formas de vida mejor adaptadas a mundos helados lograron prevalecer. Los Gélidos la eligieron para establecer su segunda colonia, a la cual llamaron Midgard. O más bien, ese era el nombre en clave que la Confederación le había puesto al siguiente objetivo en su lucha contra la Xeno-alianza. Aquel no era el mundo de los hombres, sino un lugar mucho más extraño.
La francotiradora Scarlett Muller estaba colocada detrás de uno de los anchos árboles. Con sumo cuidado, fue asomándose para ver que tenían más adelante, esperando encontrar algún posible peligro. Pero lo único que halló fue un sereno claro en el bosque, un círculo perfecto formado en mitad de aquella vasta región cubierta de árboles, donde lo único perturbador eran los copos de nieve que caían con delicadeza. Miro con cierto alivio y luego se giró hacia sus compañeros. El sargento mayor Robert Sheen iba seguido por la sargento raso Ilana Shabaddi y el recluta Barry Stroud. Los tres caminando de forma torpe por la nieve, muy torpe en el caso del sargento Sheen, que de un momento a otro parecía que podría caer estrepitosamente.
—¡Maldita sea! —gruñó mientras levantaba con dificultad uno de sus pies. Sacudió la bota para tirar la nieve que se había pegado a esta. Luego se dirigió hacia Muller— ¿Cómo está la situación francotiradora?
Muller quedó en silencio por un leve instante. Estaba pensativa, mirando el plácido paisaje. Tranquilo pero engañoso.
—Todo parece estar en orden señor, no veo movimiento enemigo alguno —dijo con voz pausada.
—Perfecto —asintió Sheen—. Pues adelante, tenemos mucho que hacer.
Hizo una seña con la mano al resto de la patrulla, y continuaron su avance. Decidieron ir por la zona con árboles, donde estarían más a cubierto, sin ser detectados por el enemigo. Todos avanzaban deprisa, siempre con la francotiradora Muller delante, usando la lente de la mira telescópica de su rifle para rastrear la distancia en busca de cualquier movimiento sospechoso. Después de que esta revisara el lugar, les hacía una seña y continuaban su avance. Tenían que ir con pies de plomo.
Barry Stroud tenía un pad en sus manos. Era un aparato rectangular compuesto tan solo por una pantalla en la que había un mapa del lugar. El mapa había sido tomado gracias a las varias sondas de exploración enviadas al planeta para ser escaneado. Este mostraba el cuadrante perteneciente a la zona suroeste del segundo continente, y en él se veían grandes concentraciones de árboles además de unas coordenadas que indicaban con una larga línea hacia donde se dirigían. Esto se debía a que habían captado una señal que parecía proceder de esta zona. Y era por lo que estaban aquí. Con su mano derecha Stroud tocaba la pantalla, en la cual se desplegaban las cifras indicando la distancia que lo separaban del foco de donde procedía la señal.
—¿Cuánto nos queda?—preguntó Ilana Shabaddi, que se encontraba detrás suya.
Barry miró por un instante a la sargento. Con su piel oscura en contraste tan fuerte con la blanca nieve tenía un aire realmente exótico, tan solo superado por unos carnosos labios y unos ojos calor café que la compartían en una diosa de ébano. Barry estaba enamorado de Ilana desde que la conoció, desde que entró en el programa de reclutamiento y la vio con su pelo rizado largo de color marrón oscuro ondeando grácilmente. De eso habían pasado cuatro años, y aunque estaban muy cerca el uno del otro, nunca tuvo oportunidad de decirle lo que sentía. Ahora caminaban por aquel silencioso campo helado, avanzando hacia un objetivo que desconocían por completo. Volvió a mirarla y le contestó.
—Ya falta menos.
La francotiradora se apoyó en uno de los árboles. Scarlett Muller no escuchaba ningún sonido perturbador más allá de los pasos de sus compañeros y el rubor del viento helado. Todo parecía estar tranquilo. Y entonces lo escuchó. Un súbito sonido, tan repentino como el trueno que anuncia la llegada del relámpago. Era un ruido similar al de una turbina, agudo pero estridente. Al principio no lo escucho bien, pero enseguida comenzó a escucharlo de forma más audible. El sonido se repetía varias veces, en leves pautas de 15 segundos.
—¡Sargento Sheen! —dijo apresurada Scarlett—. Creo que he escuchado algo.
Robert Sheen corrió con prisa hacia la francotiradora, con tan mala pata, que tropezó y dio con su cara en la nieve. Al levantarse, su rostro de hombre de cuarenta años, surcado de algunas arrugas y con una barba de color gris ya algo larga, estaba toda blanca. Scarlett reprimió una risa. Sabía lo irascible que era el sargento mayor.
—He escuchado un sonido muy extraño allí —dijo mientras señalaba con su dedo índice hacia delante.
El sargento mayor la miró con sorpresa.
—Bien, pues acerquémonos para ver que encontramos —sentenció.
Hizo señas a Shadabbi y a Stroud que se acercaron.
—¿Qué de cerca estamos de la señal? —preguntó Sheen al cabo.
—No mucho— contestó este mientras consultaba el pad—. Unos 700 metros.
El hombre lo tenía claro. Estaban cada vez más cerca. Era el objetivo de esa misión de reconocimiento. Así que hizo una señal a Muller que se acercó.
—Adelántate y comprueba que no hay enemigos. Nosotros iremos por el flanco izquierdo para acercarnos más y tener una mejor visión del objetivo.
La francotiradora hizo caso a las órdenes de su superior y se adelantó. Entre la espesura del bosque, avanzó rápidamente. A medida que se acercaba, el sonido que escuchó se fue haciendo más fuerte. Era un zumbido potente, como un motor de una nave de viaje interestelar. Llego hasta una pequeña pendiente que caía hasta una amplia llanura. Se acostó sobre el frío suelo y empuñó su fusil de francotirador. Gracias a su mira telescópica de 14 aumentos, Scarlett pudo ver mejor de donde procedía el misterioso ruido. Al final de la llanura, se elevaba una gran pared rocosa completamente desnuda, y debajo de esta había un gran agujero. Una inmensa gruta, que parecía hundirse en la tierra. La negrura que emanaba de ella era escalofriante. Y de la cueva, vio salir a unos seres de aspecto humanoide, vestidos con extraños trajes de colores azules y morado. Eran Gélidos. Ya habían sido avisados de su posible presencia, pero lo cierto es que le sorprendía verlos allí mismo. Algunos estaban fuera. Eran los centinelas. Pero otros entraban y salían de la cueva, portando extraños objetos entre sus manos. Desconocía que podrían ser, pero su resplandeciente brillo cristalino le hacía creer que podrían tratarse de minerales. Entonces, escuchó la voz del sargento Sheen por su intercomunicador.
—Muller, ¿estás ahí?— preguntó con su rasposa voz.
—Si, sargento— respondió rápido ella.
—Bien, ¿cuántos objetivos hay?
—Cuatro. —A través de su mira pudo verlos en su tranquila actividad.- Dos centinelas y dos trabajadores.
—Bien —contestó el sargento—. Te digo, abate a uno de los centinelas, yo me ocupare del otro. Shabaddi y Stroud se encargaran de los trabajadores.
Todo estaba listo. Desde su mira, Scarlett se posó en la cabeza de uno de los centinelas y sin mucha demora, apretó el gatillo. En la cabeza del centinela Gélido se formó un agujero de donde empezó a brotar sangre de color púrpura. Cayó hacia atrás y quedó inerte en el suelo. Para cuando su compañero se percató de lo que ocurría, el sargento Robert Sheen y el resto surgieron de unas rocas. Sheen abatió al centinela restante con su fusil de asalto y el tándem Shabaddi-Stroud eliminó a los trabajadores, que huían despavoridos en vano. Afortunadamente, las armas tenían silenciador cada una, por lo que no emitieron ningún ruido audible.
—Listo —dijo Sheen satisfecho-. Muller, nosotros entramos. Tú quédate y vigila que no entre nadie. Si alguno consigue hacerlo, avísanos.
—Recibido —contestó la francotiradora. Desde la mira de su rifle, pudo ver como sus compañeros se internaban dentro de la cueva.
La oscuridad parecía haberlos engullido. No veían nada, y Sheen temía que fueran a tropezar con algún obstáculo que les pudiera entorpecer. O con el enemigo. Afortunadamente, Barry había cogido su pad y desde ahí, programó el visor de sus cascos para que este desplegase la visión nocturna. A través de este, el mundo se veía de un color verde fosforescente muy luminoso.
—Esto ya es otra cosa —contestó reconfortada Shabaddi. Eso le gustó a Barry.
Con la visión nocturna, se les reveló un amplio pasillo donde no había ni un solo obstáculo. Una roca o agujero que pudiera suponerles peligro alguno. Todo parecía perfecto. El suelo pavimentado, las pareces rectas, el techo formando un perfecto arco. Sheen se preguntó si los Gélidos habrían sido capaces de hacer algo así, pero llego a la conclusión de que aquel era un trabajo demasiado perfeccionista para unos seres demasiado atrasados tecnológicamente. Los tres avanzaron por el pasillo, apuntando con sus rifles para eliminar cualquier presencia enemiga que se les cruzase por el camino. No tardaron en toparse con unos. Los escucharon, hablando en su extraño e ininteligible idioma. Cada vez se acercaban más, y no hizo falta ninguna visión nocturna. A medida que avanzaban, a cada de las paredes, se iban iluminando luces procedentes de unos tubos fluorescentes. De ellos emanaba una luz purpura, muy similar a los neones de un club nocturno de mala muerte. Eran dos. Justo antes de que les vieran, el sargento Sheen salió al paso de los dos centinelas y les metió a cada uno una bala en la cabeza. Ambos cuerpos cayeron al suelo, generando un plomizo sonido. El grupo aprovechó la inerte luz purpura para avanzar por el pasillo y llegaron a la entrada. Barry miró su pad y vio que apenas estaban a unos cien metros del punto de origen de la señal. Excitados, cruzaron el umbral de la entrada y vieron la fuente de la señal.
—¡Joder, esto es más de lo que imaginaba! —exclamó perplejo el cabo Barry Stroud.
La sala era grande. Una inmensa cueva subterránea que se curvaba hasta quedar conformando una perfecta bóveda. Del techo no colgaban estalactitas, algo extraño. Este estaba totalmente desnudo y mostraba una superficie lisa de color blanco nacarado. Pero lo que más les dejó boquiabiertos era lo que tenían justo delante. Aquel opaco color negro. Esos arcos que lo bordeaban y cuyo color cambiaba de forma intermitente entre el azul cobalto y el naranja fogoso. Era una visión tan extraña, pero a la vez tan hermosa, que sus mentes parecieron entrar en una especie de trance. Y a la misma vez, sus cabezas se llenaron de toda clase de cuestiones. Cuestiones sobre el universo, su origen, sobre hacia donde iba y que sentido tenia. Infinitas preguntas para la que ninguno de ellos parecía tener respuesta.
Cuando Sheen vio el primer Gélido, este ya le apuntaba con su lanza fotovoltaica. Con rapidez consiguió girar por el suelo, esquivando el disparo de plasma de color azul resplandeciente. Este impacto contra el suelo, dejando una humeante marca sobre este. Con rapidez, el sargento mayor apuntó con su fusil de asalto y disparó contra el alienígena, que murió al instante tras tres tiros. Shabaddi y Stroud ya estaban a su lado. Escucharon gritos en idioma extraterrestre y sombras de seres informes se proyectaban en las paredes.
—Atentos —advirtió Sheen—. Vienen por nosotros.
La misión no podía fracasar. No después de lo que habían visto. Se puso en contacto con Muller y le dio un pormenorizado informe de lo que habían visto. También le envió un video que Stroud grababa con su pad. Si ellos fallaban, ella era su salvoconducto. Más Gélidos, surgieron de los laterales de la sala. Buscaron cobertura tras unas cajas metálicas, mientras esquivaban las bolas de caliente plasma. A cubierto, los tres entablaron combate con el enemigo.
El tiroteo fue breve pero intenso. A Shabaddi le dieron en el brazo. Barry, al ver lo que le estaba ocurriendo a su compañera, corrió a su lado sin dudarlo. Tras esquivar los disparos enemigo con cierta torpeza, consiguió cubrirse tras las cajas en las que se hallaba la sargento. Vio cómo se encontraba y le puso un parche curativo en la herida que logró frenar la quemadura. Ella le sonrió con ternura, lo cual reconfortó al soldado. Cuando todo terminó, Robert Sheen se acercó para comprobar si sus atacantes seguían vivos. Cuatro cadáveres fue lo que halló. Miró a Stroud, que tenía a la sargento Ilana cogida del brazo
—Bien, estamos listos. Vayámonos de aquí —anunció el sargento.
Ya estaban listos para salir por la entrada cuando del cielo la vieron descender. Era una humanoide de aspecto femenino, o al menos, eso deducían por las pronunciadas curvas de su cuerpo, ya que estaba recubierta de un traje color blanco muy brillante. Franjas negras surcaban como finas líneas sus brazos y piernas. De su mano sacó un bastón, que ante sus ojos, desplegó dos largas extensiones de las cuales surgieron dos cuchillas curvadas, provistas de una punta afilada. Los tres se pusieron en tensión. Sheen miró al rostro inanimado del atacante, una pantalla de cristal de color azul oscuro que reflejaba la mustia oscuridad del lugar. Los soldados apuntaron sus armas contra la Gélido y de forma repentina esta se elevó. Stroud pudo ver como de su espalda surgían unas extrañas extensiones que parecían alas. Eran de un color dorado muy resplandeciente. Desapareció y todos quedaron atónitos. ¿Acaso solo fue una extraña aparición? Eso pensaban ellos, cuando las otras dos aparecieron.
Eran exactamente iguales a la primera, excepto porque en vez de franjas negras las suyas eran de color dorado. En sus manos, portaban unas lanzas fotovoltaicas de cuya punta manaba un resplandeciente color azul.
—¡Mierda! —gritó Sheen.
Los tres saltaron a un lado, justo cuando dispararon. Una de las calientes bolas de plasma dio en la pierna de Stroud. Este sintió el súbito ardor del plasma devorando primero la tela de su pantalón y después su carne. Emitió un fuerte grito mientras caía al suelo. Llevó su mano a la herida, de la cual manaba sangre. Shadabbi, al verlo así, fue hacia él. Sheen, mientras tanto, luchaba contra ellas. En cuanto la sargento llegó hasta Barry, la primera Gélido bajó de nuevo. En su mano, blandía su arma de cuchillas curvadas, que hizo girar con una sola mano.1
—Quieres pelea, ¿eh? —le espetó con tono desafiante Ilana.
La Gélida arremetió contra ella. Ilana logró esquivar el ataque. Por muy poco, una de las cuchillas le rozó la cara pero, esa fatal sensación se esfumó en cuanto apuntó su rifle contra su enemiga. Esta, al ver la intención, desplegó las alas doradas y voló alto. Illana le disparó una gran cantidad de balas, pero ninguna le dio. Bufó insatisfecha y vio a otra de aquellas guerreras disparando al sargento Sheen. Sin dudarlo, empuñó su rifle y abrió fuego contra ella. Cuatro heridas le infligieron en el cuerpo. La sangre purpura manchó su traje blanco. La sargento se sintió victoriosa. Pero esa euforia se esfumó cuando la cuchilla curvada de su primeriza rival atravesó su pecho.
Barry lo vio todo. A Ilana matando a la Gélida que atacaba al sargento. A la primera Gélido con la que se enfrentó descendiendo para colocarse detrás de ella como esta blandió su arma y la clavaba por su espalda. A Ilana sangrando tanto de su herida como de su boca. Lo vio todo muy rápido, pero para él fue como una eternidad. La soldado se hincó de rodillas, como si fuera a rezar. Ella giró su cabeza y miró a Barry con sus ojos color café. La Gélido blandió sus bastón con dos cuchilla en cada extremo, y en un abrir y cerrar de ojos, la cabeza de Ilana se separó de su cuello, cayendo al suelo y rodando hasta quedar a escasos metros del cabo Stroud. Él estaba petrificado. En sus ojos, aún tenía esa mirada de horror que se le quedó justo antes de morir. Una ira emano de su interior y sin dudarlo, agarró su arma, se levantó a pesar del desgarrador dolor de su pierna y fuera directo a por la Gélida.
—¡Puta! —dijo con un ensordecedor grito que parecía hacer temblar la tierra—. ¡Vas a morir!
La Gélida lo miró con completa indiferencia. La suficiente como para ver como tres incandescentes bolas de plasma impactaron contra su cuerpo. Dos en su torso y uno en su cara, que lo quemo por completo hasta dejar el ennegrecido semblante de su calavera al descubierto. Se giró y fue hacia el pequeño corro que se había formado. Apoyado contra una pared, sangrando de varias heridas, el sargento mayor Robert Sheen miraba fijamente a las extrañas criaturas que lo contemplaban con burla. No podía ver sus rostros. Siempre quiso ver la cara de un Gélido. Comprobar cuál era el aspecto de sus enemigos. Dos se hicieron a un lado para dejar pasar al Gélido que portaba la letal arma de cuchillas afiladas. Al dejar hueco, pudo ver los cuerpos sin vida de Stroud y Shabaddi, lo cual le llevó a una cruel conclusión, habían perdido. Pero no del todo. La Gélida se inclinó a su lado y lo observo. Sheen tenía un disparo en el vientre que había quemado su carne. Notaba sus intestinos revolviéndose. Sus jugos gástricos recalentados quemando su interior. Miro fijamente a la criatura. En su cara no pudo adivinar nada, solo un cristal de color azul donde su propia cara se reflejaba.
—Me mataréis a mí —dijo con tono amenazante—, pero un gran ejército se acerca. Muy grande y poderoso, que os meterá de plomo hasta el culo y bombardeará vuestro hogar con incandescente napalm. Os destruiremos.
Parecía satisfecho con lo que decía, pero notó algo en la Gélida. Se acercó hasta tenerla apenas unos centímetros y habló
—No lo creo —dijo de forma perfecta en el idioma humano
A continuación, Sif, hija de Odín, jefa del cuerpo de Valquirias y general encargada de dirigir la defensa de Midgard, hundió la cuchilla por el cuello de Sheen, subiéndolo por su boca y sacándoselo por entre los ojos en una perfecta curva que atravesó su cerebro. El sargento de Infantería Básica se retorció por unos instantes, pero enseguida quedo muerto. Sif contempló el cadáver del humano, y comprendió que esto solo era más que el inicio. Tal como el recién muerto sargento le había anunciado, un gran contingente humano se acercaba. Y su misión era evitar que llegaran hasta el Conducto, el artefacto del a Primera Raza, que tanto significado tenia para la Casta Eterna.
Afuera, Scarlett Muller corría desesperada, con la información que les habían proporcionado sus ya difuntos compañeros. De ella dependía ahora que los datos llegaran sus líderes. Unos datos fundamentales para que el éxito de la operación Tormenta de Espadas fuera factible.