15 de Abril de 2665. Sistema Terminus. Sobre la órbita del Planeta Zeta-Gamma 105. 23:05 (hora terrestre).
En el espacio, no hay sonido. O, sí lo hay, pero el problema está en que no se puede oír. Esto se debe a que las ondas emitidas por un cuerpo viajan a través de vibraciones que van de un átomo a otro. En medios como el aire, el sonido puede trasportarse a través de este, gracias a las partículas dispersas en él, pudiendo así ser escuchado. Pero en el vacío del espacio, no hay nada. De ese modo, desde el pequeño choque entre dos asteroides hasta la devastadora explosión de una supernova pueden resultar del todo imperceptibles. Eso mismo puede aplicarse también a una batalla entre dos inmensas flotas de naves interestelares.16
Zeta-Gamma 105 era un planeta un poco más pequeño que la Tierra. De color gris claro por los minerales que componían el suelo, montañas y rocas del planeta, se encontraba salpicado por largas extensiones de color blanco que se repartían por determinadas zonas. Eran líneas de color pálido que reptaban por todas partes como si se deslizasen. Algunas completamente rectas, otras formando intrincadas curvas, se trataban de inmensos glaciares. El planeta orbitaba alrededor de una estrella de clase IV o Subgigante. Era una gran esfera de color anaranjado cuya masa se expandía al ir aumentando su temperatura. Muy pronto, pasaría a la fase de gigante roja, aumentando aún más su tamaño y emanando un brillo color escarlata. El planeta, minúsculo en comparación, bailoteaba a su alrededor en dos movimientos constantes. Uno de rotación, girando sobre sí mismo como una bailarina de ballet haría rotando sobre una sola pierna y otro de traslación, describiendo elipsis alrededor del inmenso astro como si este lo tuviera enganchado por una cuerda invisible. Una danza de vaivenes causados por las fuerzas de atracción de la gravedad, al cual decidió unirse otro cuerpo.12
Una descomunal nave Clase III, fragata de combate, se quedó en órbita estacionaria alrededor del planeta, situándose en su hemisferio noreste. La nave era una inmensa mole de metal rectangular con su morro conformado por una parte hexagonal seccionada de forma vertical, y en la que se hallaba la sala de mandos. De color azul oscuro, medía 255 metros de longitud por 50 de alto y 40 de ancho en su parte más estrecha, que era la parte inferior. La superior era de unos 80 metros. En el costado, por ambos lados, tenía unas letras de color rojo intenso en los que se leía CNAT. Era la N.A.I (nave de apoyo interestelar) Zafiro. Los potentes propulsores de la parte trasera comenzaron a apagarse, desvaneciéndose el fulgor de las llamas azules fosforescente emitidas por las cantidades exiguas de hidrógeno usadas para proporcionar la acumulación de energía necesaria para causar la explosión que permitiría a la nave viajar a velocidades superiores a la de la luz. Con los propulsores principales apagados, la nave se fue estabilizando gracias a los propulsores auxiliares o estabilizadores, que la dejaron perfectamente anclada. De repente, justo detrás de la nave, comenzaron a aparecer más.
Todas ellas eran muy similares, pero con pequeñas diferencias. Algunas eran el doble de grandes que la Zafiro mientras que otras, la mitad de pequeñas. Tenían colores que iban del naranja más cobrizo al negro más profundo, aunque la mayoría eran de color gris mate. Varias poseían extrañas torres o extensiones en la zona superior y varias, tenían adheridas inmensos cilindros a los laterales. De ellas emanaba un resplandor amarillo muy claro. Aparecían de súbito, en apenas un leve parpadeo, cientos de ellas se encontraban diseminadas por el lugar. Una inmensa nave de 900 metros de eslora con la punta en forma triangular y de color verde oscuro surgió justo al lado de la Zafiro, desestabilizándola en el proceso y obligando a sus ocupantes a activar con rapidez los propulsores auxiliares para conseguir enderezarla.
—Aquí N.L.I (nave lanzadera interestelar) Gargantua a N.A.I Zafiro, ¿estáis bien?— preguntó una voz masculina que resonó por toda la sala de mandos de la Zafiro.
—Gargantua, aquí capitán Sergei Ivanovich de la Zafiro —dijo un hombre con marcado acento ruso-. Sí, estamos bien. Hemos logrado estabilizar la nave.
—Menos mal, si las coordenadas de posición hubiesen marcado nuestra nave más cerca, ahora estaríais dando vueltas sobre vuestro eje mientras caéis hacia el planeta.
—Si, ha sido una suerte —comentó consternado el capitán de la nave.
La sala de mandos de la Zafiro estaba dividida en una escalinata de tres niveles. Tres plataformas colocadas una sobre otra, separadas por una altura de apenas 5 metros. El primer nivel, conformado por una hilera de ordenadores a un lado y a otro de la habitación, tenía en su centro una mesa circular. No había más que un cristal transparente, en el cual se proyectaban toda clase de imágenes holográficas. Era la zona de comunicaciones. El segundo nivel, era la sala del capitán, donde este se acomodaba para coordinar todos los sistemas de la nave y que estos estuvieran en perfecto funcionamiento, dar órdenes sobre las siguientes acciones que tomarían y tenía una perfecta panorámica de todo lo que acontecía. Poseía un grupo de asistentes acompañándole en todo momento para mantenerle informado de todo lo que ocurriese. En el tercer nivel, se hallaba la cabina de pilotaje, una amplia área, en donde tres pilotos para dirigir la nave con sus controles, ya fuera para defender, atacar o simplemente moverla. Todo ello bajo las estrictas órdenes del capitán.
Desde su asiento, Ivanovich observaba el inevitable escenario, ahora no más que espacio vacío, pero muy pronto, una gran batalla tendría lugar. Sergei Ivanovich era descendiente de una larga generación de capitanes de navíos militares. Su tatarabuelo fue almirante del ejército ruso y dirigió uno de los buques de guerra más poderosos de toda la flota, el BFR Stalin. Desde ese entonces, varios fueron los miembros de la familia que sirvieron en las fuerzas armadas, concretamente, en la marina. Ahora, Sergei continuaba esta tradición aunque ya no surcaba el amplio mar, sino que ahora cruzaba el infinito espacio. A sus sesenta años, ya había dirigido tres naves en esta temible guerra, pero era la Zafiro por la que sentía más orgullo. Una poderosa nave de última generación, fabricada para la lucha contra el enemigo, y aunque su función sería solo de apoyo, tendría que luchar para prevalecer. Estaba tranquilo y sereno, a pesar de lo ocurrido, nada parecía perturbarle. En ese mismo instante, alguien le hizo girar su cabeza.
A su lado tenía a la suboficial Amanda Guerra. Una joven que acababa de embarcarse, pero ya había sido ascendida gracias a sus habilidades y su gran temperamento, algo que no cuadraba con su aspecto. Ni alta ni baja, con la piel clara, tenía los ojos color verde claro y el pelo rubio, peinado con parte del flequillo cubriendo la parte derecha de su rostro, haciendo que su cabello pareciese ondularse del mismo modo que una ola justo antes de romper contra la orilla de una playa. Iba vestida con un traje color blanco, compuesto de una chaqueta y unos pantalones de fibra artificial. Estaba relajada, con los brazos por detrás de su cuerpo, observando el incipiente campo de batalla. Al capitán de la nave no le molestaba tenerla cerca, siempre venía bien tener a alguien a mano para que informara de una orden o tomase nota de alguna decisión. Lo que pasaba es que Ivanovich, no se fiaba de los nuevos tripulantes. Siempre con buenas intenciones, deseosos de dar lo mejor, pero acababan metiendo la pata y costando la misión a todos. Después de dirigir tres naves, sabía lo que le convenía.
Amanda esperaba impaciente que empezara todo. No tenía ni idea de la escala del conflicto pero era evidente que sería descomunal. Sirvió tan solo en 2 naves, siendo ascendida por su excelente, pero hasta ahora no había participado en ninguna batalla. Por eso estaba nerviosa.
Miró hacia toda la sala, con el capitán de la nave acomodado en su asiento, con sus asistentes de un lado para otro o en mesas recibiendo informes sobre el posible movimiento enemigo. Y entre ese grupo de gente estaba su compañero y amigo Ekagrah Patel. Un hombre de su misma edad, que al igual que ella, había servido en las mismas naves y compartido las mismas experiencias. Y ahora estaban a punto de embarcarse en la misma pesadilla. Sus ojos verde claro se posaron en el muchacho de piel tan oscura como el chocolate y pelo corto algo alborotado. Este nada más verla, le otorgó una amplia sonrisa. Tenía una tableta electrónica en sus manos y tecleaba sin cesar cosas. A Amanda le reconfortó esa sonrisa. Le tenía un cariño muy especial a Patel, y no es que estuviera enamorada, solo era su amigo más íntimo. Como fuera, verlo por allí era algo que la tranquilizaba. Pero esa calma, solo camuflaba lo que estaba por venir.
Una gran cantidad de alarmas comenzaron a sonar de manera estridente. Luces rojas parpadeaban de forma chocante mientras el personal de a bordo corría de un lado para otro de forma alarmada. Muchos nerviosos ante lo que iba ocurrir. Los sensores de radiación bailoteaban incesantemente. Los radares detectaban varios objetivos.
—¡Altos niveles de radiación aumentando! —gritó un técnico apostado en su ordenador.
—Detectados 117 cuerpos. ¡Y vienen más! —espetó otro.
Pegado a su asiento, Ivanovich vio todo el espectáculo. Apretó sus manos contra los reposabrazos de duro plástico. Amanda se puso tensa y Patel abrió sus ojos en una expresión de sorpresa y horror. Un poderoso destello de color blanco cegó a todos. A esto siguió la apertura de un portal dimensional que se abrió como un agujero desorbitado. Chispas color blancas chisporroteaban por todas partes junto con mortecinos rayos que se extendían como tentáculos. Todo a kilómetros de distancias de ellos pero como un pantagruélico espectáculo que los dejó mudos. Del portal, surgió una flota de naves. Eran cientos, de colores dorados, muchas redondeadas, otras más largas pero con zonas esféricas. Las naves se alinearon del mismo modo que las humanas y allí se quedaron detenidas. Era la flota de la Casta Eterna.
Nadie dijo nada. Solo miraban petrificados la gran flota desplegada ante sus ojos. Ninguno podía expresar la iracunda incertidumbre que planeaba en el ambiente. Tenían miedo. Miedo ante lo que veían.
—N.D.I (nave destructor interestelar) Soberano a N.A.I Zafiro, ¿me reciben? —preguntó una voz femenina por el transmisor- ¿Me reciben?
El tono de la voz sonaba inquisitivo. Ivanovich logró responder, aun a pesar de estar catatónico.
—Aquí capitán Ivanovich de la N.A.I Zafiro, Almirante Ortega, ¿Qué desea? —El capitán aún estaba algo atemorizado. Jamás había visto una flota como esta.1
—La maniobra va a iniciarse. Los destructores se moverán hacia el este, y las naves de apoyo nos cubriréis. Vosotros os apostaréis en el flanco de la Conquistador. ¿Recibido?
—Recibido —contestó el capitán.
Sin tiempo que perder, Ivanovich dio las órdenes. La Zafiro enfilaría hasta la Conquistador y se colocaría en su flanco derecho para protegerla de posibles ataques enemigos. De ese modo, se activaron los propulsores principales y de un pequeño impulso, la nave enfiló hasta colocarse en la posición asignada. Pasó por delante de la Gargantua, una bestia de color verde oscuro cuyas compuertas se estaban abriendo para permitir a la miríada de pequeños cazas de combate, en su mayoría clase Cernícalo, salir al exterior, listos para destrozar a lo que se pusiera por delante. La Zafiro bordeó a la Gargantua y, acompañada por otras naves de apoyo, se dirigió hacia los destructores, de mayor tamaño.
La Conquistador era un descomunal contenedor rectangular color naranja. A cada lado de esta, dos estructuras cilíndricas mostraban los descomunales cañones fotovoltaicos que eran las principales armas de la nave. La Zafiro avanzó, y en apenas unos minutos se colocó en el flanco derecho de la Conquistador, aunque algo alejada, eso sí, de los inmensos cañones de esta. La energía liberada podía desestabilizar los sistemas de la nave e incluso dañar algunos de sus componentes.
—N.A.I Zafiro a N.D.I Conquistador, os cubrimos la retaguardia derecha —dijo Ivanovich.
—Recibido Zafiro —contestó la Conquistador.
Cuatro naves de apoyo, dos a cada lado, bordeaban la Conquistador. Su misión sería proteger al destructor mientras este descargaba toda su artillería sobre el enemigo. Ivanovich observaba cada maniobra de su flota con precisión milimétrica. Todo tenía que salir tal como estaba dispuesto. Mientras los destructores viraban al oeste, los cruceros, escudados por flotas de cazas de combate procedentes de las lanzaderas, embestían de frente al enemigo. Todo ello, cubiertas por los destructores, cuya artillería despedazaría la flota enemiga. Y las naves de apoyo, fragatas, los protegerían de ataques enemigos. Estaban listos. Solo tenían que recibir la orden.
—Preparados para el ataque —dijo la almirante Ortega a través del intercomunicador, no solo a la Zafiro, sino a toda la flota. ¡Atacad!
Era raro que la flota Inmortal no reaccionara. A Ivanovich le parecía extraño, le inquietaba el solo pensar cuál sería la estrategia de ataque de esos seres. Pero poco importaba ya. En un abrir y cerrar de ojos, la flota entera ya estaba desplegada y las maniobras de ataque empezaron. Los cañones de la Conquistador se accionaron y el destructor descargó todo su poder a través de ellos, atacando una nave circular con dos arcos desplegados en sus laterales. Dos inmensas columnas de energía pura de color amarillo surgieron de los cañones directos a por la nave. Desde su posición, la tripulación de la Zafiro vio la potente descarga. Amanda quedó impactada, mientras que el capitán Ivanovich observaba estoico. En unos segundos, las dos masas de energía pura impactaron contra la nave y por un instante, el desconcierto reinó. Cuando las nubes de energía remanente se despejaron, el resultado del ataque se mostró. La nave seguía intacta. Todos en el puente quedaron estupefactos. Amanda sintió la mano de Patel apretándole su hombro. Se estremeció y luego le miró. Ninguno parecía contento con lo que vio
—¡Calmaos todos! —ordenó Ivanovich. El alboroto se fue apagando—. Nachalsa boy.
Cuando el capitán Ivanovich decía algo en ruso, o bien algo iba mal, o simplemente lo hacía para enfatizar lo que veía. En este caso, que la batalla acababa de comenzar.
No tardó en tornarse enseguida violenta. Mientras los destructores descargaban toda su artillería sobre el enemigo, los cruceros avanzaban directos hacia ellos, escudados por flotas de pequeñas naves de combate que parecían pequeños enjambres al lado, del resto de la flota. Sus cañones, menos potentes pero certeros, disparaban contra las naves enemigas, tratando de destruirlas pero todas ellas repelían los disparos gracias a los escudo que las protegían. Las naves humanas también contaban con escudos pero menos potentes. En lo único en que podían confiar era en que el ataque fuera lo bastante rápido para dañar al enemigo. Si este atacaba, estarían perdidos.
Amanda observaba impertérrita la batalla. La flota de los Inmortales apenas reaccionaba. Ni un solo atisbo de movimiento que le llevaba a preguntarse porque no atacaban. En el centro de la flota, vio un inmenso disco plateado debajo del cual discurría un cilindro. Se trataba de Polifemo, infame destructor de mundos, cuyo rayo azul iridiscente segaba las vidas de inocentes. La Confederación se había puesto como meta destruir esa nave. Y esa era la razón por la que estaban allí. Ensimismada, veía pequeñas naves abalanzándose sobre la superficie de la gran nave enemiga, descargando todo sus proyectiles, revoloteando a su alrededor. Veía los cruceros disparando alineados rayos de colores verdes y azules, lanzando misiles que colisionaban contra su escudo, emitiendo una explosión de color rojo anaranjado que se disipaba al instante para no mostrar ningún golpe. Nada parecía dañar esa nave. Ni tan siquiera los poderosos cañones de los cruceros.
—¡Suboficial Guerra! —escuchó de repente.
Al girar, vio a Ivanovich recostado en su asiento, mirándola con algo de impaciencia.
—Vaya al nivel superior y tráigame los datos de esa maldita nave —señaló a la Polifemo.
—Si señor —contestó enérgica Amanda.
Salió de allí, tras recibir una mirada de preocupación de Patel y ascendió a la sala de comunicaciones. Arriba todo era un caos. Los técnicos pegados a sus ordenadores recibían comunicaciones del resto de la flota y buscaban capturar las transcripciones enemigas. En la mesa holográfica, estaba proyectada la imagen de Polifemo, tan ominosa como intimidante. Amanda le dio un leve vistazo y recogió los datos. Volvió con el capitán Ivanovich y le entregó lo que le había pedido.
—Aquí tiene, capitán.
—Gracias —dijo él.
Estaba calmado. En toda la confrontación no había perdido la paciencia. Veía lo que veía, y aun así no temblaba. Era un hombre de un gran temple y lo que se decía de él era cierto, tenía unos nervios de acero. Amanda miró a Patel, enfrascado en sus asuntos. Este le sonrió nada más verla, y eso, la llenó de una gran alegría. En ese mismo instante, la nave tembló. Una sacudida breve, pero intensa, que puso a todos en guardia. Hasta al capitán Ivanovich.
-—¿Qué ha ocurrido? —preguntó nerviosa Amanda.
Miró a Patel, pero en él solo encontró una expresión de desconcierto.
—Han atacado el destructor Aurora —indicó uno de los técnicos.
En la pantalla de fino cristal justo en frente de Ivanovich, se podía ver la Aurora. Fuego surgía del interior de un inmenso agujero que se había abierto en su costado derecho. Era tan grande que amenazaba con romperla por la mitad. Todos quedaron atónitos. Ivanovich apenas cambió el semblante de su cara. Era inevitable. Los Inmortales no se quedarían quietos por mucho más tiempo. Tenían que atacar. Y la flota humana debía de ser contundente en su respuesta si no quería que el resto de naves siguiera el destino de la Aurora. En ese mismo instante, sonó una alarma.
—Señor, nave enemiga acercándose por el flanco derecho, a 30 grados de la Conquistador —gritó uno de los suboficiales.
En la pantalla, se vio una nave de color dorado, con dos arcos horizontales surgiendo de cada costado de color azul. La nave iba directa a por la Conquistador, y vio como los arcos se iluminaban.
—Avise a artillería. Que se preparen para atacar —ordenó Ivanovich.
La expresión de su rostro cambio, endureciéndose más. Sergei Ivanovich sabía que lo gordo empezaba ahora. De ellos dependía que la Conquistador siguiera intacta, si es que querían dañar la flota enemiga.3
—¡Vire a 35 grados a estribor! —gritó a la cabina de pilotaje.
La nave se movió a la derecha y con sus propulsores se impulsó hasta colocarse justo enfrente de la nave enemiga. Todos los allí presentes miraban expectantes. Ivanovich sabía que tenían que ser rápidos.
—Señor, todo listo —dijeron desde el módulo de ataque.
—Pues disparen —ordenó totalmente sereno el capitán.
Los lanzamisiles de la Zafiro dispararon tres misiles Vector modelo III. Estos, enriquecidos con uranio empobrecido, tenían en la punta una carga protónica preparada para neutralizar cualquier campo de fuerza hecha para repeler proyectiles. Los tres misiles se lanzaron contra el costado izquierdo. El primero estalló sin hacer ningún daño a la nave, pero neutralizó el escudo. Los otros dos dieron de lleno. Una explosión entre azul y roja iluminó la distancia. Todos gritaron de júbilo. Pero Ivanovich no estaba para celebraciones.
—¡Usad los cañones de artillería! —gritó con fuerza.
Los cañones de la Zafiro eran más pequeños que los de un destructor, pero podían penetrar el blindaje de una nave media de los Inmortales. Sin dudarlo, los cuatro cañones empezaron a descargar toda su furia contra la nave. Bolas de energía pura de color azul impactaban contra la superficie de esta, abriéndose paso hacia el interior. En apenas unos minutos, la nave explotó con un hermoso destello azul verdoso que ilumino aquel aciago campo de batalla. Amanda quedó hipnotizada ante aquella visión. ¿Por qué algo tan horrible, es tan hermoso? Se preguntaba para sus adentros. La nave se disgregó en varios trozos que pasaron a flotar de forma armoniosa por el espacio. Ivanovich sonrió con orgullo. Estaban haciendo su trabajo, y lo estaban haciendo bien
Con la primera nave destruida, todos tenían la seguridad de que una victoria era algo posible. Como si la vida la hubiera atrapado de repente, Amanda no dejaba de admirar la hermosa explosión, cuyos destellos aun brillaban a pesar de ir extinguiéndose poco a poco. Brillaban en los ojos de una Amanda pletórica. Absorta en aquella bella visión, no se percató de que Patel le daba pequeños golpecitos en la espalda.1
—¡Eh, soñadora! Despierta, hay trabajo que hacer. —Amanda le obsequió una dulce sonrisa y volvió al mundo real.
Volvió al trabajo. Había mucho que hacer. En ese mismo instante, justo cuando se preparaba para atender a lo que el capitán Ivanovich le pidiese, la nave volvió a temblar. Una violenta sacudida, tan potente, que Amanda y muchos otros cayeron al suelo.
—¿¡Que cojones ha sido eso?! —gritó Patel alarmado, mientras ayudaba a Amanda a levantarse.2
Todos vieron como el capitán Ivanovich giraba su cabeza hacia la izquierda. Al hacerlo los demás lo vieron con horror. La Conquistador ardía. Un gran agujero había sido abierto en la superficie metálica, como la profunda herida de un animal al que han penetrado en su cuerpo con una lanza. No muy lejos, los restos calcinados de la fragata que iba delante de la Zafiro, flotaban inertes, llevando a muchos a preguntarse si su tripulación tendría tiempo de escapar.2
—¡Dios mío! —exclamó petrificada Amanda —¿Qué ha podido hacer esto?
Su respuesta llegó enseguida. Alguien reaccionó y señaló a la Polifemo. Sobre la nave Inmortal brillaban 6 estridentes luces, repartidas a lo largo de la circunferencia que conformaban la nave, que de forma repentina comenzaron a elevarse como perfectas líneas rectas inclinadas en ángulos de 45 grados, concentrándose todas en el centro. De repente, una inmensa esfera perfecta de energía pura de color azulado flotaba sobre esta. En un abrir y cerrar de ojos, la esfera fue lanzada contra la maltrecha Conquistador.
—¡Der'mo! —maldijo Ivanovich en ruso.
La explosión cegó todo lo que se hallaba cerca de su radio. Fue como el estallido de una estrella, una enana blanca por lo menos. La Conquistador fue literalmente partida por la mitad y cualquier nave cerca de ella fue lanzada a decenas de kilómetros de distancia por la onda expansiva. La Zafiro se tambaleaba como una lámpara colgada del techo de un tren. Todos los de dentro eran lanzados de un lado para otro, golpeándose contra techo, suelo y paredes. Aquellos más rápidos se aferraban de donde podían pero los que no corrían con tanta suerte, eran lanzados contra todo lo que encontraban.
—¡Accionen los propulsores de estabilización! —ordenó un desesperado Ivanovich.
Los propulsores de estabilización, ocultos en los costados de la nave, aparecieron. Chorros de intenso fuego azulado salieron disparados como el aliento de un dragón. Hizo falta un gran gasto de energía para lograr estabilizarla. Una fuertísima resistencia para lograr contrarrestar la fuerza que de no haberse detenido, los habría empujado directos hacia el planeta. De hecho, estaban muy cerca de él. Estabilizados, la tripulación se puso en pie. Ivanovich estaba sujeto por cinturones de seguridad, así que no tuvo que lamentar ninguna herida pero no se podía decir lo mismo del resto. Muchos tenían fracturas en sus huesos, otros se habían abierto brechas. La mayoría estaban magullados y con contusiones. Amanda, tras el primer impulso que la lanzó contra los paneles de información de la nave, logró aferrarse a una de las sillas fijadas al suelo pero aun así, sentía todo su cuerpo retorcerse de dolor por culpa de los zarandeos que había padecido. Se levantó con algo de dificultad, apoyándose en el asiento que había hecho de salvavidas. Miró a su alrededor, donde solo veía más que a compañeros mal heridos. Patel estaba en el suelo con una grave herida en la cabeza de la que manaba sangre.
Se colocó a su lado y con esfuerzo, logró levantarlo. El muchacho gimió. Al menos estaba consciente. Desesperada, cargó con su compañero y salieron a los pasillos para ir a la sala de enfermería, aunque Amanda tenía la sensación de que esta estaría ahora repleta de heridos. Mientras tanto, Ivanovich se levantó de su asiento y comenzó a ayudar a muchos de los caídos. Era lo menos que podía hacer pero enseguida el estado de la nave le obligó a aparcar esto.
—¿Cuál es el estado de la nave? —preguntó preocupado a los pilotos que se hallaban en el nivel inferior.
—Los sistemas están, fritos señor, tendremos que reconfigurarlos —dijo nervioso uno de los pilotos.
—¿Cuánto tardarán? —volvió a preguntar sin mucho afán.
—15 minutos.
Ivanovich estaba preocupado. Tardarían algo de tiempo y en esos instantes, serían vulnerables a cualquier otra nave enemiga. Para colmo, no podían contactar con el resto de la flota para que les enviasen ayuda. Tan solo podían rezar para que los sistemas estuvieran listos antes de que el enemigo atacara.
Amanda llevó a Patel por los pasillos y llegó a enfermería. Tal como predijo, ya estaba abarrotada de heridos pero logró entrar y hacerse con uno de los botiquines. Un maletín rojo con franjas amarillas, de cuyo interior extrajo un aerosol y un apósito con solución curativa.
—Tranquilo, te vas a poner bien —le dijo a Patel con voz tranquilizadora.
Roció la herida con aerosol que le escoció a al hombre por la mueca de dolor que ponía y le colocó el parche, que se adhirió como una segunda piel. Tras esto, Patel perdió el conocimiento momentáneamente. Se quedó descansando y eso a Amanda, le reconfortó.
Nadie vio la nave de ataque intermedio de los Inmortales acercándose a la Zafiro. Alargada, con ambos extremos con forma semicircular y dos arcos adheridos a cada costado, era del mismo tamaño que la fragata de la Confederación. Los radares la habrían interceptado. Las cámaras habrían captado su presencia. Pero con todos los sistemas caídos, ahora era invisible. Sus arcos comenzaron a iluminarse con un color azul resplandeciente. Parpadeaban, hasta que tras el último parpadeo, dispararon dos semidiscos que como un bumerán, describieron un arco perpendicular, hasta impactar contra la Zafiro.
Para cuando se hizo visible a los ojos de Ivanovich, ya era tarde. El disparo se produjo y la nave volvió a temblar. Comenzó un proceso de desestabilización, provocado por la pérdida de energía y la descomprensión. La gravedad poco a poco iría debilitándose, y sin energía, la nave quedaría a la deriva hasta que la fuerza graviatoria de Zeta-Gamma 105 la atrajese, como si la estuviera reclamando para ella. Para colmo, la explosión había dañado el motor, quien ahora amenazaba con estallar, provocando la implosión de la nave. Ivanovich no iba a permitirlo. Sin dudarlo, dio orden a todo el personal de la sala de mando que fuera a las esclusas de emergencia y que se llevaran a los que encontrasen por el camino. Muchos le preguntaron que por qué él no les acompañaba, a lo que contestó con una frase ya muy típica de los oficiales de marina
—Un capitán nunca abandona su nave.
Todos comenzaron la huida.
Amanda y Patel vieron la miríada de gente corriendo y sin dudarlo, se pusieron en marcha. Al estar su amigo inconsciente, Amanda se vio obligada a llevarlo a cuestas, recorriendo todos los pasillos. Uno estaba cortado. Al llegar a la primera sala, vio que todas las esclusas ya no estaban. Desesperada, fue por otro pasillo para ir a la segunda sala, pero este estaba bloqueado. El techo se derrumbó y el incandescente fuego refulgía con furia. Amanda retrocedió y bordeando por unas salidas de emergencia, consiguió sortearlo. A esas alturas, la nave temblaba por culpa de las detonaciones internas causadas por el maltrecho motor. Todo amenazaba con desestabilizarse y para Amanda, cada vez más débil y cansada, esos temblores no eran más que una señal del horrible final que tendrían ella y Patel si se quedaban. Vio a varias personas delante de ellos y un hombre se paró para ayudarla. Entraron en la sala y afortunadamente, aún quedaban cuatro capsulas. El hombre ayudó a Amanda para meter a Patel dentro de esta, y ella le dio un beso en la mejilla como agradecimiento. Después se metió dentro y amarró a al muchacho a los cinturones de sujeción. Ella también se ató y accionó el botón. La capsula, junto a las otras cuatro, fueron eyectadas fuera de la nave. Mientras se alejaban, podía ver la Zafiro, aquella preciosa nave azul, envuelta en llamas. Sintió un pinzamiento en su corazón. Sabía que jamás volvería a verla.
Mientras tanto, en la Zafiro, llegaban los últimos momentos previos al desastre final. Sentado en su sillón, observaba a la nave de ataque tamaño intermedio de los Inmortales. Bebía de una copa un poco de coñac. La botella perteneció a su tatarabuelo, el capitán del buque de guerra BFR Stalin. Solo se abrió para la celebración de apertura del barco, sirviéndose únicamente dos copas de ese coñac. Desde entonces, había permanecido cerrada. Fue una herencia que pasó de padres a hijos, siempre guardándose como un valioso recuerdo del pasado naval de la familia. Nunca hubo ningún momento demasiado importante para abrirla pero en esos críticos momentos, parecía la mejor idea. Bebió un sorbo mientras observaba la nave. Estaba tranquilo, sereno. Podría haber huido con el resto, pero que clase de imagen daría. De un cobarde. Él no era eso. Era un capitán, como su tatarabuelo. Si eso suponía hundirse con su nave en la inmensidad del cosmos, no dudaría en hacerlo. Bebió otro sorbo de la cargada bebida y volvió a mirar hacia la nave. Los arcos brillaban. Pensó en una última frase memorable para decir en ruso. No se le ocurría nada. Los discos relucientes de color azul claro impactaron contra la nave. Ivanovich sintió el golpe de calor envolviendo todo su cuerpo. La N.A.I Zafiro estalló en mil pedazos como una inmensa bola de fuego.
y asta ac´´a vamos por hoi.no se olviden de dejar su comentario